Las elecciones en EE. UU. y el interés con el que fueron seguidas demostraron el inmenso peso de ese país en asuntos globales. Después de todo, sigue siendo la primera economía mundial y, en términos militares, una superpotencia preeminente; pero el mundo no les pertenece y la primacía indiscutible que alguna vez ejercieron se desvanece parsimoniosamente.

La idea central en la campaña de Trump fue hacer grande a ese país de nuevo, pero la propuesta de aislamiento difícilmente funcionará. Su economía, como la de todos, descansa en las interconexiones y la globalización. El mercado interno no es suficiente para mantener sus industrias estratégicas. Imponer tarifas y cargas tributarias a las importaciones impulsará a otros países a buscar mejores mercados. Abandonar a sus aliados en defensa los obligará a explorar autonomías y nuevas alianzas. Probablemente, no habrá grandeza recuperada con el aislacionismo, sino riesgo de un retroceso parroquial.

EE. UU. enfrenta un mundo caracterizado por la búsqueda de opciones diversas. Varias razones explican este fenómeno.

En primer lugar, los países del heterogéneo Sur Global pesan más que antes en la economía y la política. A mediano plazo, sus adhesiones definirán la localización, la naturaleza y las formas del poder internacional. En términos financieros, la capacidad y prioridades de Washington no son suficientes para procesar las demandas de estas sociedades, que necesitan otras fuentes.

En segundo lugar, la emergencia de otras naciones produce un escenario global fragmentado. Si Europa llegara a desacoplarse lentamente de Washington, habría que sumarla a las otras competencias estratégicas; pero China ya es más próspera y poderosa de lo que jamás fueron los soviéticos. La estrategia de contención dirigida a Moscú durante la Guerra Fría no tiene sentido para enfrentar el reto de Pekín, que no es militar (podría serlo), sino económico. Rusia históricamente ha sido un Estado con ejércitos gigantescos, y sus ambiciones son geopolíticas en el sentido decimonónico del término: control territorial y áreas de influencia. Es más débil que China, pero tiene armas y busca protagonismo global. India surge y será una fuerza en la segunda mitad de este siglo. Ninguna requiere de EE. UU. para proyectarse al mundo.

En tercer lugar, EE. UU. carga con un escenario doméstico polarizado. Tradicionalmente, los dos partidos hegemónicos se han enfrentado en las formas de concebir la economía, las políticas de impuestos y los temas de libertades civiles, pero desde la victoria de Trump en 2016 se ha abierto una brecha en todos los tópicos. No hay consenso en política exterior, salvo contener a Pekín, pero hay fricciones respecto a la relación con Europa, la percepción sobre Putin, la política hacia el Medio Oriente y el Indo-Pacífico, además de los temas de comercio internacional.

EE. UU. es actualmente un país profundamente dividido social, regional e ideológicamente, y no se adapta bien al cambio internacional. Es impensable que vaya a colapsar, pero los tiempos de primacía inaugurados en 1945 ya no son los mismos. Este es el contexto de la nueva presidencia. (O)