Con motivo de la crisis energética que vive el Ecuador, seguramente la más grave de los últimos 50 años, y que se suma a la severa crisis económica y de seguridad que venimos soportando, agravándolas, vale la pena hacer una reflexión respecto de las decisiones urgentes y todo lo que generalmente pueden acarrear.
En general, cuando los seres humanos gozamos de cierta paz y estabilidad emocional, nos encontramos en un ambiente cómodo para tomar buenas decisiones. No significa que necesariamente así ocurra, pero la tranquilidad mental y física generalmente permiten un análisis calmado y crítico de las situaciones, barajar escenarios, pros y contras, y al final, tomar la mejor decisión posible de acuerdo al cabal entendimiento y convicción de quien la toma.
Obviamente, ese ambiente perfecto para tomar decisiones es mayoritariamente escaso; y, por el contrario, lo que generalmente ocurre es que esas importantes decisiones se deben tomar en un ambiente de gran presión y ansiedad y contra reloj.
Si ello ocurre en nuestras sencillas vidas, evidentemente ocurre también en las grandes esferas de poder.
Y entre ellas, las del poder político y la función pública revisten un nivel de urgencia y gravedad superlativo, considerando que cada decisión, buena o mala, impacta en la vida de millones de personas. Porque un error o una decisión apresurada de un presidente, de un ministro o un alcalde puede apagar vidas, quebrar negocios y llenar de angustia a una nación.
De allí que necesitamos políticos y gobernantes con cierto equilibrio mental y emocional, que le permitan lidiar con las grandes presiones del poder, al momento de tomar decisiones trascendentales, que, en esas esferas de poder, se toman a diario. Que les permitan enfrentar las adversidades, que generalmente son muchas y casi siempre imprevistas, con la suficiente prudencia y mente fría, para analizar escenarios, sin que la ansiedad, el miedo o los odios inclinen la balanza por la decisión equivocada.
Porque cuando el poder político, tan efímero como siempre, se comienza a desvanecer; cuando las cosas salen mal y no hay manera de levantar cabeza; cuando pese a los esfuerzos, un error lleva a otro error; “cuando el mundo tira para abajo” (parafraseando al genial Charly García en su monumental obra Los dinosaurios) y parece inevitable la caída libre al vacío, solamente el equilibrio y la fortaleza mental y emocional pueden hacer posible detener la espiral de ansiedad, temor y frustraciones, que lleva a que la crisis sea cada vez más grave. Y capacidad, por supuesto. Pero ello bien puede ser materia de otra columna. Y tratándose de crisis política y gobiernos, más allá de su desgaste, la gran factura siempre la pagan los más pobres.
Digo lo que digo porque todos los ecuatorianos de bien deseamos mejores días para nuestro amado Ecuador y, por lo tanto, hacemos votos por el éxito del actual Gobierno y de los que vengan. Y en consecuencia, vemos con preocupación cómo la grave situación del país parece desbordar al actual Gobierno, a pesar de sus buenas intenciones y esfuerzos.
Vísteme despacio que tengo prisa, dijo alguna vez Napoleón. (O)