Un recorrido por diferentes e icónicas iglesias católicas de Guayaquil muestra un problema importante de recursos para mantener su infraestructura en óptimas condiciones.
En entrevistas realizadas por este Diario, párrocos de varios templos indicaron que el presupuesto que se obtiene de las limosnas y las donaciones son insuficientes para cubrir los daños que se presentan, además de que se las ha dejado relegadas a cualquier tipo de ayuda financiera pública cuando son, varias de ellas, parte del patrimonio cultural de la ciudad, lo que los obliga a cumplir con normas que aumentan los costos y permisos a necesitar.
En la iglesia Nuestra Señora del Carmen, conocida como La Victoria (calles 10 de Agosto y av. Quito), se nota a simple vista el deterioro que existe en columnas, piso y molduras. La iglesia, una de las más grandes de Guayaquil después de la Catedral, cumplirá en mayo 90 años de historia. Un estudio realizado meses después del fuerte sismo del 2016 reflejó que sus torres tenían una severa afectación, y se llegó a recomendar reconstruir las estructuras.
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En la iglesia de San Agustín (en Luis Urdaneta y Pedro Moncayo) el hundimiento mayor se refleja hacia las columnas que están cerca del altar mayor, justamente en el centro se ha formado una especie de punta. Esto ha provocado que feligreses pierdan el equilibrio y caigan. La última intervención integral, señala el párroco Carlos Urbina, fue hace unos 30 años.
Nuestra Señora de la Merced (en Víctor M. Rendón y Pedro Carbo) pareciera no tener mayor deterioro en su estructura, pero su interior se ve amenazado por problemas en la terraza, llena de fisuras, cuarteaduras y piso levantado.
Otras como San Francisco y Santo Domingo también deben cuidarse.
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La situación se torna compleja. Las edificaciones patrimoniales guardan historia y belleza. En el mundo son muy valoradas, mientras en Ecuador se destruyen sin que la mano del Estado se interese. Municipios y Gobierno deben ser más responsables con el control y protección. (O)
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