“A menudo imagino mi primera conversación con Dios cuando me muera. Me preguntará qué he hecho con mi vida, qué sentido le he dado. Le responderé que he intentado ganar mis partidos. Y probablemente me preguntará, decepcionado: ‘¿Eso es todo?’. Intentaré convencerle de que ganar partidos es menos fácil de lo que parece y que el fútbol tiene importancia en la vida de millones de personas, que crea momentos de unión, de alegría y de tristeza enormes”.

La frase está contenida en Arsène Wenger, La filosofía de un líder, el imperdible libro de memorias del célebre entrenador francés que durante veintidós años fue el factótum de los éxitos y el crecimiento institucional del Arsenal inglés, así como de su juego agradable y ofensivo. Simplemente, él cambió su historia. Arsenal era grande, aunque quizás mayormente por su gente y su tradición, con Wenger se universalizó también como equipo potente y ganador. El Profesor reconoce haberse dedicado íntegramente al fútbol, incluso por encima de su vida familiar y sentimental, desde los 7 años en Duttlenheim, una minúscula villa de Alsacia, donde se crió, hasta su actualidad como director de desarrollo del fútbol mundial de la FIFA. Lo que definimos como “un loco del fútbol”, un Bilardo, un Bielsa. Así como está minado de futbolistas que brillaron en el césped y decepcionaron en el banco, Arsène es el típico NN como jugador y luego una eminencia del pizarrón. La obra es otra maravilla que nos entrega a los futboleros el sello Córner, de Roca Editorial. Como antes nos deleitara con Puskás sobre Puskás y las autobiografías de Cruyff, Ferguson, Van Basten, Ibrahimovic, Gullit, tantos…

Arsène comenzó en el Nancy de la familia Platini, club pequeño, pero el que le dio estatus de primera división. Buen primer año, triste tercero: descendieron. Ya era un “enfermo” del fútbol. “Habíamos perdido un partido las vísperas de Navidad. Pasé días encerrado. Solo salí el día 24 para ir a visitar a mis padres, pero estaba como un miserable, un zombi. Hoy me avergüenzo de aquella intensidad”. El Mónaco confió en él y Wenger dio el primer zarpazo de prestigio: en su año inicial ganó con amplitud el campeonato francés. No solo esto, comenzó a vislumbrarse quizá la mejor de sus habilidades: la de fichador experto. Su ojo clínico y sus contactos consiguieron por monedas dos jugadores fabulosos: George Weah, que recién comenzaba en Liberia y llegaría a ser Balón de Oro, y Lilian Thuram, el fenomenal defensa que con 18 años actuaba en el Fontainebleau, un cuadrito amateur. Lilian sería campeón mundial 1998 y quien más vestiría la camiseta de Francia con 142 presencias.

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También logró contratar al inglés Glenn Hoddle, quien confirmó en el principado ser una estrella, y armó un plantel estelar. “Tenía unos jugadores fantásticos, como Manuel Amorós, el arquero Jean-Luc Ettori, Bruno Bellone, Battiston, Sonor, Bijotat… En el terreno de juego desprendían una enorme confianza, sabían lo que querían y no se dejaban pisotear. Me llevé bien con ellos y extraje una enseñanza: si el entrenador tiene buena conexión con los jugadores más fuertes, será más fuerte. Si no, nadará a contracorriente”.

Ya empezaba a perfilarse como un buen constructor de equipos competitivos, más a base de ingenio que a chequera. Partió al Nagoya Grampus, de Japón. “Me llevaron a ver un partido del equipo, iba último y llevaba perdidos 17 partidos consecutivos. Y ese que vi fue el 18. Me dije ¿qué es esto…? Pero justamente fue lo que me decidió a aceptar: me gustó el desafío. Fue duro, eran unos muchachos buenísimos, había que hacerlos reaccionar. Lo conseguimos: avanzamos hasta el cuarto puesto. Y luego hasta el segundo. Incluso ganamos la Copa del Emperador y luego la Supercopa de Japón. Cuando me fui no intentaron retenerme. Me dijeron que se habían propuesto que Japón fuera uno de los mejores países futbolísticos en… cien años. ¡Yo era una parte del engranaje y de su plan! Es un dato revelador de su relación con el tiempo, de su persistencia y determinación”.

Wenger y la estela de los Invencibles

El 1 de octubre de 1996 cumplió el sueño de su vida: Inglaterra. El encanto de su fútbol. Y pudo cumplirlo en parte por un hecho fortuito: a los 29 años utilizó sus vacaciones para irse a Cambridge a estudiar inglés. Cuando fueron a tantearlo, empezó ganando: ya hablaba el idioma de Shakespeare. Llegó ante la incredulidad general: “¿Arsène qué…?”, preguntaron irónicamente los medios. Era un total desconocido, llegó apenas por su amistad con el vicepresidente David Dein, quien sí sabía de sus cualidades. En ciento veinte años era el tercer técnico extranjero en la cuna del fútbol, tras el checo Jozef Venglos (Aston Villa) y el argentino Osvaldo Ardiles (Tottenham). Sin embargo, se impuso y transformó para siempre al club londinense. Wenger fue simplemente “el Arsenal”. Técnico, director deportivo, fichador, administrador.

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Armó un equipo de profesionales médicos y físicos de máximo nivel y cambió las reglas de alimentación y entrenamiento. Revolucionó el fútbol inglés. Suprimió los largos entrenamientos de alto contenido físico por sesiones más breves, trabajando siempre con balón. Eliminó los chocolates, que eran un clásico, y las carnes rojas sustituyéndolos por una dieta más apropiada. Estos métodos son hoy norma en todos los clubes ingleses.

Los Invencibles del Arsenal, con el galo Thierry Henry (der.) a la cabeza, invictos en 2003-04 y liderados por Arsène Wenger.

Conquistó 3 veces la Premier League, 7 FA Cup, 7 Communitty Shield, fue finalista de la Champions y de la Recopa de Europa, hizo que el Arsenal saliera del viejo estadio de Highbury para 38.500 personas y construyera el Emirates, para 60.260. Y mostró su gran talento de ojeador, descubridor y captador. Hizo contratar a un jovencísimo Thierry Henry (el mayor acierto de su carrera), a Patrick Vieira, Robert Pires, jugadores fenomenales a precios irrisorios. A Kolo Touré (“el crack más barato de la historia”, dice). A Nicolás Anelka lo vendió al Real Madrid en casi cien veces más de lo que adquirió. La lista es muy extensa. Recuperó a Toni Adams, granítico capitán de Inglaterra que estaba hundido por la bebida y lo llevó a liderar al equipo seis años más. Explotó al máximo a Dennis Bergkamp, fichó a Cesc Fábregas, Marc Overmars, a Van Persie… A casi todos los traspasó por el doble o triple. Y sacó lo mejor de ellos.

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“Me fui del Arsenal el 13 de mayo de 2018. Un club que durante veintidós años fue mi vida, mi pasión y mi preocupación permanente. Pero nadie debe haber tenido la libertad que tuve para hacer todo lo que quise. Fui inmensamente feliz”. (D)