“Si me encontrara a Klopp en la cama con mi mujer, le preguntaría qué le gustaría desayunar”. La simpática frase la llevaba estampada en el dorso de su camiseta roja un fan del Liverpool. Tal vez se necesite un sismógrafo para medir el nivel de amor de los hinchas reds hacia el técnico alemán. Escapa de los cánones normales. Después de muchos años de dominio altivo y casi tiránico del cuadro liverpooliano en Inglaterra y Europa, entró en desacostumbrado ocaso: pasó tres décadas sin ganar una liga (iban todas a la bolsa de su archienemigo, el Manchester United) y catorce ediciones sin levantar una Champions. El sol volvió a salir con la llegada providencial de Jürgen Norbert Klopp, el alemán del permanente buen humor.

No es que en estos seis años y medio –asumió en octubre de 2015– el Liverpool se haya visto tapado por una catarata de títulos. Apenas sumó una Premier League, una Champions, un Mundial de Clubes, una Supercopa de Europa y esta reciente Copa de la Liga ganada en penales ante el Chelsea. Tampoco es un equipo tipo Guardiola, que deleite a sus aficionados. Pero les ha devuelto la fe, el deseo irrefrenable de ir al estadio, la alegría, el orgullo de ser el Liverpool… Y todo eso, junto, es demasiado. Es como haberles dicho: “Oigan, encontré esto, ¿será que les pertenece…?” Y les entregó una maleta repleta de grandeza. La que habían perdido en un recodo del camino.

Sin jugar bien, perdiendo en casa frente al Inter 1-0, los rojos avanzaron a cuartos de final de la Liga de Campeones de Europa y tendrán de rivales al Real Madrid o al Paris Saint Germain en un duelo que ya podemos catalogar “de campanillas”, como decían los cronistas antaño. En este punto, lo que más resalta no son las probabilidades del Liverpool de llegar por décima vez a la final continental sino el fabuloso palmarés de Klopp: en 9 intervenciones, 3 con el Borussia Dortmund y 6 con el Liverpool, ha sido una vez campeón, otras tres finalista, tres veces arribó a cuartos de final y otras dos a octavos. Una foja despampanante. Y en clubes que no son el Madrid, el Barcelona, el City, la Juve, el Bayern, el Chelsea o el PSG.

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Hace cincuenta o sesenta años, cuando el técnico era un personaje bonachón o caudillesco, o un sujeto con buen verbo, los futbolistas estaban por delante y el DT podía triunfar si contaba con un plantel virtuoso. Hoy el fútbol es más sofisticado, desde luego mucho más tecnicista y complejo, los futbolistas son los dueños del vestuario, el exitismo roza el límite de la intolerancia y la competencia es feroz por lo equilibrada, pero el capataz ganó importancia. Hoy se necesita un conductor inteligente, estudioso, sagaz tácticamente, trabajador y, sobre todo, persuasivo, con liderazgo y manejo de grupo. Por eso un entrenador clase A cobra ahora entre 20 y 25 millones de euros al año. Y cuando aparece uno, se lo pelean los clubes de élite.

En un futuro recordaremos a Salah, a Mané, pero esta era gloriosa del Liverpool no es de los jugadores, como suele decirse con demagogia. Es todo de él, del gran artesano de Stuttgart, ya ciudadano ilustre de Liverpool.

Si en el año 2022, en plena era de cientificismo futbolero, de tácticas elaboradas en computadora, te cuentan que el arma más poderosa del técnico de moda, del señor éxito, es su sonrisa, parece un chiste. En sus veintidós temporadas entrenando, Klopp no ha mostrado una innovación táctica, un estilo sorprendente, un dejo que le permita a uno identificar a un equipo como “de Klopp”. Sus conjuntos tienen, eso sí, el sello de la combatividad, la intensidad, la entrega. Por supuesto, presionan, son serios para defender y agresivos para atacar. Poseen la dinámica necesaria para preocupar al rival y generar situaciones de gol. Siempre serán competitivos, difíciles. Lo refleja el 68,32 % de eficacia que consiguió en su trayectoria, pese a haber dirigido ocho años al modestísimo Mainz.

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Klopp tiene la virtud de los grandes conductores del pasado: su paternalismo. Te sonríe, te da un abrazo y te alistás de voluntario en la guerra de Ucrania. Lo suyo es el compromiso fabuloso que logra de todos sus jugadores. Nunca hay una cara fea en el Liverpool, nunca una declaración que rompa la armonía, jamás un reproche al entrenador de “¿por qué no me pone…?” Tiene ocho delanteros (porque sabe que defender, con un poco de oficio y concentración, defiende cualquiera), pero hacer gol es la tarea más complicada de este deporte. Esos ocho son Mané, Salah, Firmino, Diogo Jota, Luis Díaz, Minamino, Origi y Elliott. Todos juegan. En la final ante el Chelsea terminaron ejecutando –y convirtiendo– en la serie de penales Origi y Elliott. Todos se sienten parte, útiles, todos entran con notable entusiasmo, así sean 10 minutos, 5.

El teutón ya ingresó en la estrecha galería de los grandes de todos los tiempos con Ferguson, Guardiola, Telé Santana, Rinus Michels, Helenio Herrera, Johan Cruyff, Arsene Wenger, César Luis Menotti. Y recuerda a los grandes motivadores que marcaron época. A Ferguson semeja justamente en la virtud de extraer el máximo de carácter. De Guardiola, Cruyff, Telé o Menotti, el convencimiento de una idea. De Wenger el ojo clínico para fichar jugadores. Al llegar a Liverpool comprobó que no había plantel para pelear en grande y exigió fichajes fuertes. Pidió a Salah, Mané, Firmino, Alisson, Van Dijk, Andy Robertson, Diogo Jota, Fabinho, ahora Luis Díaz… Todos resultaron figuras fundamentales en esta nueva oleada de gloria red.

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Pese a perder en Inglaterra, Liverpool superó la serie de Champions contra el Inter de Milán. Foto: PETER POWELL

Klopp demuestra que la táctica es importante, él tiene una, pero en el cúmulo de elementos que componen el fútbol tal vez no supere el 10-15 %. El resto es jugadores, motivación, personalidad, mística, unidad, preparación física, liderazgos...

Intenso, dinámico, ofensivo, potente, agresivo, duro, mentalizado, eficaz, práctico, todos estos adjetivos le calzan perfecto al Liverpool de Klopp. Si fuera boxeo diríamos que es un noqueador, pero antes un demoledor. Busca, busca y golpea. Ataca con vocación, defiende con fervor. El carácter de un equipo lo transmite el capataz. Y detrás de la sonrisa permanente de Klopp hay un comandante firme, convencido de su plan. Se ha ganado definitivamente el olimpo del fútbol internacional por capacidad, sin regalos mediáticos ni campañas marketineras. Y sin vender espejitos tácticos, dándole abrazos y palmadas a sus muchachos. (O)