El médico que solía tratarme estaba de vacaciones. Por lo tanto, las enfermeras llegaron acompañadas de un interno. Me vio sentado allí, rodeado de libros destrozados, discos rotos, cortinas rotas, y le pidió a mi familia y a las enfermeras que por favor salieran de la habitación.

“Qué está pasando?”. Él me preguntó. Yo no respondí. Un tonto siempre debe comportarse como si no perteneciera a este mundo. “Deja de hacerte el tonto”, dijo. “Leí tus registros médicos. No estás loco en absoluto, y no te pondré bajo custodia”. Salió de la habitación, me recetó tranquilizantes y (como supe más tarde) les explicó a mis padres que yo padecía un “síndrome de confinamiento”.

Las personas normales que en algún momento se encuentran en situaciones anormales como depresión, pánico, etc., a veces recurren a la enfermedad como alternativa a la vida. En otras palabras, eligen enfermarse porque ser “normales” les cuesta demasiado esfuerzo.

Mis padres siguieron su consejo y nunca más me enviaron a un instituto psiquiátrico. A partir de ese día dejé de buscar consuelo en la locura. Tuve que curar mis heridas por mi cuenta, tuve que perder batallas y ganar otras, y muchas veces me vi obligado a renunciar a mis sueños inalcanzables para trabajar en oficinas, hasta que un día me di por vencido por enésima vez y me puse en peregrinaje a Santiago de Compostela. Allí me di cuenta de que no podía seguir ignorando mi “vocación de artista”, que en mi caso significaba convertirme en escritor.

Entonces, a la edad de 38 años, me propuse escribir mi primer libro y me arriesgué a pelear una batalla que siempre había temido inconscientemente: la batalla por mi sueño. Encontré una editorial y este primer libro (El peregrino de Compostela, que narra mi experiencia en el camino de Santiago) me llevó a El Alquimista, que dio lugar a otros libros, traducciones, cursos y conferencias en todo el mundo. Me di cuenta de que el Universo siempre fue generoso con aquellos que se esfuerzan por conseguir lo que quieren. (O)

paulocoelhoblog.com