Es difícil imaginarse a una persona que no pueda derivar satisfacción al realizar una actividad que todos los demás consideran agradable, como comer, leer, oír música, conectarse con los demás o tener intimidad sexual. Sin embargo, así viven quienes sufren de anhedonia, la inhabilidad para sentir placer, alegría, felicidad, aunque lo hayan disfrutado plenamente en el pasado.

Esta condición puede presentarse en pacientes con diagnóstico de depresión profunda, abuso de drogas, síndrome bipolar o ciertos tipos de esquizofrenia. La persona que la sufre puede darse cuenta de la severidad del daño que experimenta, pero se siente impotente para enfrentarla.

“No gano o aprendo nada en mi vida diaria, un día es exactamente como el día anterior” son expresiones comunes en quienes padecen de este mal. En este escenario tan emocionalmente reducido, la vida interior puede convertirse en un sufrimiento perenne, con repercusiones en sus hábitos de alimentación, de descanso y sueño, y definitivamente afectando sus conexiones afectivas. Puede llegar a sentirse un ser inútil, innecesario, a perder el amor propio y el sentido de la vida, a darle espacio a ideas suicidas.

No existe una causa precisa para la aparición de este mal, pero se considera que puede haber una afectación en la dinámica de la dopamina, neurotransmisor vinculado a la experiencia del placer. La soledad, la ausencia de apoyo emocional, experiencias traumáticas o enfermedades crónicas pueden desencadenar o agravar esta condición. Es más prevalente en la depresión profunda, en la que está presente entre el 30 % y el 60 % de los casos.

Aunque no se conoce una forma de prevenir su aparición, sí es factible percibir cambios sutiles en nuestra experiencia del placer, que es cuando debemos buscar ayuda profesional. En la terapia se debe proceder de acuerdo al diagnóstico principal. Por ejemplo, si existe depresión con anhedonia es necesario tratar la depresión y en el transcurso del tratamiento comenzar a tratar la anhedonia mediante procesos específicos. El método más utilizado es la terapia cognitivo conductual, que ayuda a identificar y a reorganizar patrones de pensamiento perjudiciales.

Ayuda mucho el ejercicio físico, que libera endorfinas, neurotransmisores relacionados con la sensación de placer. También se sugiere gradualmente desarrollar nuevos intereses y resaltar cada experiencia positiva, por pequeña que sea para ir configurando una base de expectativas cada vez más optimistas. (O)