El tiempo… a veces transcurre en un parpadeo, en otras ocasiones es eterno. Somos capaces de describirlo, medirlo y hasta cuantificarlo monetariamente, pero si hay algo que no podemos hacer, es retenerlo. Pasa inexorablemente, sin detenerse, pero nos deja mirar hacia atrás y observar nuestra huella en el camino recorrido. Y, contemplando esa huella, nos permite aprender de los errores, celebrar los aciertos, y disfrutar de los recuerdos.

Hace poco escuché a un gran amigo decir: “No podemos permitirnos el lujo de decir no tengo tiempo para los seres queridos”. Y, es que -ciertamente- las relaciones más valiosas requieren ser abonadas con tiempo.

Para un recién nacido, el tiempo de sus padres le es vital. Sin embargo, cuando vamos creciendo, las necesidades propias del desarrollo como aprender y asumir responsabilidades empiezan a competir por la asignación de tiempo. Eso es parte del proceso de la vida, pero se convierte en un problema cuando alguna de estas necesidades se vuelve depredadora de tiempo, engullendo el que correspondería a las demás. Para evitar esto, vale detenerse y pensar: ¿De qué manera estoy usando el tiempo en mi vida?

Para responder a esta pregunta debo distinguir cuáles son los roles que desempeño, por ejemplo: soy esposo, padre, hermano, amigo, jefe, profesional, deportista. Una vez identificados, enumeremos a las personas con las que interactuamos en cada uno de estos roles. Ahora es tiempo de evaluar un periodo, por ejemplo, durante el último mes y preguntarse: ¿he asignado un tiempo adecuado para las personas que se encuentran en la lista? Y, a base de esta evaluación usamos la misma lista para corregir o planificar el siguiente periodo.

También debemos considerar el tiempo para el desarrollo personal. ¿Qué estoy haciendo para convertirme en mejor profesional? ¿Qué tiempo asigno para fortalecer mi vida interior o espiritual? ¿De qué momentos de reposo o esparcimiento dispongo? El tiempo para lograr un equilibrio de vida es innegociable, pues al final nadie puede dar aquello que no tiene.

Invertir tiempo con las personas es una labor noble y prioritaria. Pero, si aún nos quedara alguna duda de su necesidad, sería bueno preguntarse: ¿por qué Dios, el mismo dueño del tiempo, decidió hacerse hombre para compartirlo con nosotros? Y fue tanta la importancia que le otorgó, que al final decidió quedarse para siempre. (O)