Desde su estreno el pasado 13 de marzo, Adolescencia, la nueva y arrolladora serie de Netflix, ha generado un remezón entre los padres de familia de todo el mundo que nos ha dejado desconcertados.

Más que contar la historia de un joven que cometió un crimen, Adolescencia es una representación colectiva de la violencia y del mundo de la manosfera, ese universo oscuro que ha empezado a infiltrarse en la mente de nuestros hijos sin que lo notemos.

Jamie, el protagonista, un chico de apenas 13 años, asesina a Katie, su compañera de colegio. La frustración y el enojo secuestran su mente y su masculinidad, culminando en un acto de violencia que empieza a revelar todo lo que estaba detrás del crimen.

Jamie fue influenciado por teorías nocivas difundidas a través de redes sociales y su entorno, que lograron forjar en él una visión tóxica de la masculinidad.

Este es el gran hallazgo de la serie, y también el punto que nos urge atender. Los “Jamies” del mundo son hijos de hogares “normales”, pero pueden terminar profundamente enajenados debido a este adoctrinamiento que se implanta silenciosamente desde la comodidad de sus habitaciones, a través de una pantalla.

Jamie asesinó a Katie después de que ella lo acusara de ser un incel, y esta acusación, ‘likeada’ públicamente por sus compañeros en redes sociales, lo devastó. Sumado a su sensación de exclusión, de no ser popular, de considerarse feo o poco atractivo para las chicas, se fue gestando en él un odio profundo: el caldo de cultivo perfecto para una tragedia. ¿Cómo puede un niño —ni siquiera un adolescente— cultivar tantas creencias dañinas que atenten contra su autoestima?

Jamie había entrado a la manosfera: un fenómeno contemporáneo que promueve la misoginia y la violencia hacia las mujeres, culpándolas del fracaso amoroso y sexual de los hombres.

En este espacio digital proliferan miles de cuentas y contenidos que ofrecen una subcultura diseñada para acoger a chicos en busca de identidad, brindándoles consejos engañosos sobre cómo “convertirse en hombres”. El problema es que, en lugar de empoderarlos, la manosfera los lleva a asumir ideas como:

  • Los incels (involuntary celibates), hombres que se sienten rechazados por las mujeres y desarrollan un profundo resentimiento —odio— hacia ellas.
  • La teoría del 80/20, que postula que el 80 % de las mujeres busca al 20 % de los hombres con mayor estatus económico o social.
  • Los MGTOW (Men Going Their Own Way), hombres que deciden aislarse de las mujeres porque las consideran un riesgo innecesario.

El impacto de estas plataformas digitales, que propagan discursos de odio y deforman la visión de nuestros hijos, es evidente. Muchos padres no éramos del todo conscientes, pero la serie nos lo ha puesto de frente. Miles de padres están empezando a entender conductas de sus hijos gracias a Adolescencia, otros se están anticipando con decisiones conscientes para evitar que su hijo sea un Jamie dentro de la aparente tranquilidad del hogar. Y algunos más, como los padres del protagonista, se lamentan preguntándose: ¿Qué hubiésemos podido hacer mejor?

Después de esta dolorosa evidencia que la serie nos ha arrojado a la cara, nos queda una gran tarea. El amor no basta. La hiperconectividad en la que viven nuestros hijos puede ser más peligrosa de lo que imaginábamos. Ser una familia “normal” ya no es suficiente. Solo involucrándonos verdaderamente en la intimidad de la vida de nuestros hijos —entendiendo qué consumen, qué los forma, qué los lastima— podremos filtrar los mensajes dañinos.

Y, aun así, eso no es suficiente. Hay que nutrir sus vidas con criterios, identidad y vínculos reales, que satisfagan esa necesidad profunda de ser, estar y sentirse valiosos para alguien significativo. (O)