Mis primeros encuentros con esta bebida me traen recuerdos nada agradables. Es que, en la época colegial y primeros años de universidad, con poca experiencia y nada de presupuesto, a la hora de salir con mis amigos siempre empezaba con unas cervezas y al final de la noche terminaba tomando la mala decisión de beber algunos vasos de ron con cola. Terrible combinación que al día siguiente dejaba un tremendo malestar.

Tuvieron que pasar veinte años para que, llevado por la curiosidad, me atreviera a probar nuevamente un vaso con ron. “En el aeropuerto de Guatemala cómprame una botella de ron Zacapa 23″, ese fue el pedido de mi padre al saber de un viaje que por trabajo me llevó a Centroamérica. Entonces compré dos, una para él y otra para mí. A la semana siguiente, aún con dudas, pero decidido a averiguar a qué sabía lo que me encargaron, lo serví con un poco de hielo y luego de dos tragos, regresé al mundo del ron.

Hace pocos días conversaba con el experto roncero Raúl Béjar (en Instagram @capitanronec) y al contarle mi historia me decía: “Es muy común lo que te pasó porque el dulzor y suavidad de ese Zacapa es ideal para el reencuentro de quienes, como tú, dejaron al ron a un lado por años y ahora aprecian sus variados sabores, diversidad de estilos y procedencias”.

Hoy el ron está de moda, no es difícil encontrar en las tiendas especializadas opciones de diferentes países, entre mis favoritos están el colombiano Parce, el venezolano Santa Teresa, el nicaragüense Flor de Caña y siempre tengo una botella de Zacapa 23.

Hace unos días fui sorprendido durante una cata de ron San Miguel, me dejó deliciosas sensaciones muy distintas a las que recordaba de esa destilería en mi juventud.

En copas de cata (Glencairn) sin hielo me sirvieron Don Miguel Oloroso y Don Miguel Pedro Ximénez, dos rones que han pasado diez años en barricas de roble americano ex-Bourbon y luego terminado por más de seis meses en barricas que antes se usaron con jerez Oloroso y Pedro Ximénez. La crianza se hace de manera estática, no en sistema de soleras que tradicionalmente se usa para estos destilados.

En este caso el ron pasa en la misma barrica durante todo el tiempo de crianza, similar a la forma en que se elabora el whisky, permitiendo que al estar en contacto directo con la madera todos sus aromas se intensifiquen, las texturas se suavicen y los sabores ganen complejidad haciendo un producto lleno de sabor.

Las dos presentaciones son productos de gran nivel, Don Miguel Oloroso, lo encontré menos dulce, con color ámbar oscuro, en nariz profundos aromas de frutos secos. En boca fue potente, lleno de sabor, jugoso y final largo. Don Miguel Pedro Ximénez fue mi favorito, tiene características similares, pero en este caso se destaca además de los frutos secos y un agradable dulzor que permanece e invita al siguiente trago.

Ambos de una calidad superior. No deje de probarlos, le recomiendo primero solo y luego con un hielo grande, sentirá así toda la expresión de este excelente ron de los Andes ecuatorianos. (O)