Nuestra Amazonía se incendia. El pulmón del planeta, que cubre casi el 40% de América Latina, se inflama ante nuestros ojos. Se quema a pesar de ser un lugar extremadamente húmedo con zonas en las que sus bosques pueden crear sus propias lluvias con el vapor de agua que transpiran sus hojas. Está científicamente comprobado que esta selva está protegida contra los incendios forestales naturales, por lo que el origen de los incendios es consecuencia de acciones humanas.

Es dramático ser testigos de la destrucción de una de las zonas más importantes para la vida del planeta, pero lo más lamentable y paradójico es constatar que la especie supuestamente más racional de todas las que lo habitan, la Homo sapiens, sea la menos sabia de todas y esté conduciendo al planeta al colapso. Mientras un meteorito extinguió a los dinosaurios, los humanos estamos conduciendo nuestra propia extinción.

Los terribles incendios que consumen el bosque tropical más grande del mundo han generado movilizaciones de protesta alrededor del planeta. Protestas contra gobiernos y autoridades responsables de hacer prevalecer intereses económicos y políticos a los intereses de una población humana que ha emprendido una vía segura hacia su desaparición. Pero las protestas deberían ampliarse y deberíamos protestar contra nosotros mismos.

Tildándonos de ecologistas, conservacionistas y protectores de la naturaleza, levantamos la voz para defender al planeta. Con arrogancia señalamos a los demás, damos lecciones y delineamos patrones de conducta a los “otros”, pero no estamos listos a abandonar nuestro confort. Reconozcamos que somos parte del problema.

El planeta no solo se consume por el fuego en los bosques amazónicos, se consume por nuestra indiferencia, irresponsabilidad y egoísmo. Cómodamente identificamos responsables del calentamiento global, de la extinción de especies, a los que talan, a quienes contaminan, a los gobiernos corruptos; los países desarrollados tildan de irresponsables a los países pobres por no conservar las reservas del planeta; las clases medias y altas, “educadas”, a las clases pobres “inconscientes” e “incultas” pero no nos autocriticamos.

No cuestionamos que consumimos todo en descartable. Paradójicamente organizamos eventos para la conservación y protección del planeta y usamos todo descartable. Tenemos fiestas, eventos familiares o deportivos y generamos montañas de basura. Mientras más alto es el nivel económico de una familia, más basura se genera. Utilizar material descartable es sinónimo de progreso.

Dejemos de juzgar a otros y cuestionémonos. Tomemos conciencia de que somos parte del problema. El cambio global se iniciará con el cambio individual. Es hipocresía llorar frente al televisor al ver arder la Amazonía y luego desperdiciar agua, luz, no reciclar, excederse en uso de acondicionadores de aire. Debemos iniciar el decrecimiento, ahorrar recursos, simplificar requerimientos; que nuestros actos hablen más que nuestros discursos de amor a la naturaleza.

El planeta está colapsando, no desaparecerá, pero probablemente se transformará en algo distinto a lo que nos pueda albergar. Ya no se trata de las otras especies amenazadas, ahora es la nuestra y no para cien años o en un futuro lejano, es para los próximos diez o veinte años. Hay poco tiempo, pero aún queda algo para salvar el planeta y salvarnos nosotros. ¿Qué cambio harás hoy? (O)