El voto que le faltó al PSC para captar la presidencia de la Asamblea, en mayo de 2021, cambió de parecer y de bancada en el último segundo, optando por la abstención, y desmembrando la mayoría que se había logrado, tras largas sesiones de negociación, con la guía del presidente. El mismo que ahora, de crisis en crisis, optó por pulsar el botón de autodestrucción, anticipando su entrega del poder y lanzando al vacío a los asambleístas que, insiste, “no lo dejaron gobernar”.

Déjà vu. Treinta meses después el escenario pinta similar cuando se habla con intensidad de conversaciones que estaría cocinando una mayoría legislativa que permita la gobernabilidad: RC5, PSC y ADN, este último el movimiento del mandatario electo, retomando lo que fue el fracaso que terminó en “muerte cruzada” con el fallido pacto RC5, PSC y Creo de 2021, que se desbarrancó al límite cuando el peso del Twitter y los temores a la reacción popular hicieron que un telefonazo revierta ese voto decisivo.

¿Pudo ser bueno ese pacto? O, como argumentaron quienes lograron desmembrarlo, ¿sería una traición al voto anticorreísta que es el que estaría poniendo presidentes ya en dos elecciones seguidas? Lo primero no hay cómo saberlo, mucho es lo que se ha hablado y poco lo que se ha confirmado sobre negociaciones que, según entendidos, se dieron en la misma casa particular del mandatario saliente y, con zoom de por medio, pusieron frente a frente a los tres líderes de esos grupos políticos. Pero conociendo su andar político, no hay que escarbar mucho para saber que temas como revisión de funcionarios judiciales, cesión de espacios de poder del Estado y amnistías para algunos sentenciados de corrupción sin duda estuvieron en la agenda y sin duda deben estar nuevamente hoy.

(...) no lo vi en 2021, no lo veo ahora tampoco, los acuerdos deben ser sobre la mesa y no escondidos debajo del mantel.

Lo segundo, lo de la “traición al voto anticorreísta”, es muy fuerte en la discusión de redes y medios, “inaceptable” en la mayoría de esas opiniones, que olvidan que el voto es reactivo y la corrupción, que estaría como telón de fondo, poco pesa en lo electoral, lamentablemente. Pero más allá de los detalles, es un hecho a considerar que la falta de ese acuerdo inicial del 2021, sea cual hubiese sido su versión final, está entre los antecedentes del “no me dejan gobernar” enarbolado por el régimen que se va, en un afán de minimizar errores de bulto.

La negociación está en la esencia misma de la humanidad. Desde el lactante que, luego de algunos desencuentros, llega a un acuerdo con su madre sobre en qué horarios deberá amamantarlo y en cuáles ambos dormirán. Los niños que pactan tareas con los maestros, o los profesionales que hacen lo propio con sus jefes, aunque haya muchos casos de abuso, para los cuales hay también salidas negociables.

No es, por tanto, la negociación mala per se. Y su versión política no debe serlo tampoco, menos aún satanizada por el contexto de corrupción en que podría darse. Los países que han salido de las crisis lo han hecho por medio de una negociación con resultados impensados, pero que permiten gobernabilidad. Pero eso sí, y no lo vi en 2021, no lo veo ahora tampoco, los acuerdos deben ser sobre la mesa y no escondidos debajo del mantel. (O)