El denominador común de la vida es el cambio, no el inmovilismo. En el contexto de la historia y del devenir humano, vivimos en momentos de permanente transición y, frente a ella, identifico a dos tipos de personas: quienes las asumen y quienes se resisten por temor o por incapacidad para adaptarse a las nuevas tendencias.

El filósofo griego Heráclito, más de 500 años antes de la era cristiana, ejemplificaba el cambio como un hombre parado en un río, donde el agua que topa sus pies nunca es la misma. El “panta rei” (todo fluye) es citado por Platón de Heráclito, quien sostenía que todo está continuamente cambiando.

El inmovilismo, la incapacidad innovadora, el miedo a lo nuevo y la resistencia al cambio son síntomas de una sociedad estratificada y que carece de una motivación para enfrentar los retos que presenta esta historia cambiante. Ese radicalismo de entorpecer el cambio es propio de sociedades tradicionales y anquilosadas en sus costumbres y tradiciones.

Vivimos una serie de transiciones en estos precisos momentos.

Creo que la transición climática es una de las más importantes, ya que en reunión tras reunión intentamos parar la depredación del planeta por los más poderosos y regresamos a que son incapaces de transformar sus sociedades, con gravísimas consecuencias para el planeta y la vida misma de la especie humana.

Hoy, reunidos en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, la comunidad internacional hará los mejores esfuerzos para reducir el impacto del hombre sobre el planeta, pero será solo un paso en el largo caminar hacia un mundo equilibrado, donde se privilegie la sostenibilidad, el desarrollo y la protección de la vida ante la devastación por ambiciones económicas, por la resistencia a cambiar prácticas nocivas y la falta de visión de conjunto.

La transición tecnológica es otra realidad que el mundo actual está tratando de comprender. Los avances de la era digital pueden tener grandes ventajas, a la vez que graves peligros.

El debate sobre inteligencia artificial está a la orden del día en las escuelas, universidades, empresas y organizaciones internacionales. Las sociedades están cambiando por esta irrupción tecnológica y es necesario comprender hacia dónde avanzan las mismas para no ser sus esclavos, sino sus beneficiarios.

La tercera transición es el cambio demográfico.

Somos mil millones de personas mayores adultas y seremos dos mil millones en el 2050, o sea en 26 años. Somos más adultos mayores que niños naciendo. Sobre este tema ya he profundizado en anteriores columnas.

El cambio permanente es la constante, tanto individual como en el conjunto social, es fundamentalmente una actitud mental, es un marco de referencia de que el ser humano debe adaptarse a las realidades de su entorno, apoyar a la innovación y usar la misma en todo su potencial. Para ello se necesita educación, apertura mental, seguridad personal y visión de futuro. (O)