En poco tiempo, el fenómeno Javier Milei ya no es solo argentino. Ahora, se ha convertido en el blanco de todas las palmas y también de todos los denuestos a nivel mundial. ¿Por qué este rockero, hasta hace poco desconocido, aparece en el escenario y de la noche a la mañana es el blanco de los unos y de los otros, a favor y en contra? Porque desde hace mucho tiempo hacía falta que se presente alguien con las “agallas” suficientes para enfrentarse a aquellos que dominan el ajedrez político en el planeta, tanto los de izquierda como de derecha, y los desnude; y, sin ropaje, los someta al análisis de los pueblos exprimidos.

Una de sus propuestas consiste en reducir el papel del Estado al máximo. Esto también está en boca de muchos políticos de turno y en todas partes; pero, llegados al poder, hacen exactamente lo contrario, porque quieren mantener una burocracia cautiva, tanto para satisfacer compromisos electoreros cuanto para tener votos suficientes que les permita permanecer asidos por siempre al poder. ¿Por qué el dinero del Estado tiene que servir a los grandes, lujuriosos e insaciables intereses económicos de quienes se hacen llamar líderes por sus seguidores, quienes ofrecen de todo con tal de alcanzar el mando? Y, una vez ahí, ni cumplen con lo ofertado, ni se quieren ir. Desearían quedarse como moscas pegadas al panal de rica miel.

Esta malhadada suerte de populismo, puesta de moda hacia la mitad del siglo pasado, es manejada tanto por la llamada izquierda como por la derecha. No obstante, los resultados para las grandes masas son exactamente los mismos: más miseria para ellas, más riqueza para aquellos.

“Vengo a sacar a estos delincuentes a patadas”, ha dicho Milei. Ojalá lo haga. Argentina, otrora rica y poderosa, ha visto caer su economía al piso desde hace décadas, mientras gente, como los Kirchner, se han llevado el oro y el moro. Los argentinos llegaron, en algún momento, a buscar comida entre la basura, cuando otros engordaban no solo su estómago sino sus bolsillos (léase cámaras de metal y bodegas de bancos en el extranjero repletas de dinero).

Milei dice seguir la corriente libertaria, es decir, la rotunda oposición a que un grupo de personas pueda imponer sus deseos sobre otras, por herencia o motivos religiosos. ¿Por qué acatar lo que unos pocos quieren imponer para su propio beneficio en desmedro de las grandes mayorías? ¿Por qué algunos se creen, incluso, con el derecho de suceder a su padre como presidente de la república? ¿Hasta cuándo se permite esta especie, no de gobierno, sino de saqueo de las riquezas de los países, que pertenecen a todos los ciudadanos, mientras la gran mayoría vive en la pobreza, sin justicia, con trámites burocráticos extremadamente largos y costosos, que le impiden crecer, poner su propio negocio o acceder a algún servicio? ¿Hasta cuándo se tolera tanta corrupción en el manejo de la cosa pública? ¿Hasta cuándo no se para el engaño y las mentiras con los cuales los candidatos logran convencer a sus votantes?

Confiemos en que Milei no traicione a sus seguidores, que mantenga su palabra y que se replique en el planeta en una verdadera rebelión de las masas. (O)