Las recientes declaraciones del presidente de Francia, Emmanuel Macron, expresando su apertura para enviar no solo material bélico a Ucrania, como lo ha venido haciendo, sino también personal militar para colaborar en la defensa de esa nación frente a la brutal invasión rusa –todo ello, lo ha advertido, sin involucrar a la OTAN– constituyen el más reciente episodio que apunta hacia la conflagración que se avecina en Europa. En Alemania –sí, nada menos que en Alemania– crece el consenso de aumentar sustancialmente el gasto militar en los próximos años y comienza a discutirse sin ambages sobre la necesidad de contar con un arsenal nuclear propio, como respuesta a las amenazas que, como si nada, viene haciendo Moscú de usar el suyo. Las escenas del funeral del disidente ruso Alexéi Navalni, quien fuera asesinado por “causas naturales” semanas atrás, han agravado la grieta que separa a Moscú de Occidente. A este escenario hay que añadir otro que se viene gestando en el Este asiático. China, la segunda potencia económica, ha resuelto destronar la hegemonía de los Estados Unidos y para ello ha emprendido una política de intensa agresividad en el espacio marítimo de su flanco sur, ha intensificado su amenaza hacia Taiwán y ha optado por mirar a otro lado frente al aventurismo militar de Corea del Norte, que continúa expandiendo su fuerza nuclear, incluyendo ahora la fabricación de misiles intercontinentales. A la par de estos dos conflictos, en el Medio Oriente las perspectivas no son alentadoras. Irán busca convertirse en el gran árbitro de la región a través de su programa nuclear y la promoción de guerras en Yemen, Israel e Iraq. Es de ingenuos pensar que estas crisis son regionales nomás. Ellas están afectando y afectarán a todo el planeta. Nos guste o no.

Los derechos humanos y la seguridad

Estos tres conflictos tienen una cosa en común. Todos buscan destruir los principios que le dieron vida al andamiaje internacional armado sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial: la democracia liberal, los derechos fundamentales, el libre comercio, la libertad de expresión, el capitalismo privado, entre otros. Lo que está en juego es eso, una forma de vida y organización social. Y esta no es la primera vez. Los enfrentamientos bélicos han sido casi siempre conflictos de principios. Desde las guerras entre atenienses y persas, pasando por las guerras napoleónicas hasta la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, en todas ellas lo que ha estado en disputa han sido las formas de vida que unos buscaban imponer sobre otros. Moscú, Pekín y Teherán no han ocultado sus intenciones.

Cómo maduran los países

¿Dónde va a estar América Latina cuando estos conflictos provoquen una conflagración mundial? ¿Cómo estará nuestro país cuando ello suceda? ¿Seremos para entonces una nación institucionalmente sólida y económicamente fuerte, capaz de amortiguar los devastadores efectos que vamos a sufrir? ¿Seguirán nuestras élites pasándose el sistema judicial de una mano a otra como un simple balón de fútbol, y negándose a construir un auténtico Estado de derecho? ¿Seguiremos esclavos de una Constitución copia de la de un estado fallido como Venezuela? ¿Habremos vencido a las mafias o ellas nos habrán vencido? ¿Defenderemos los principios de la democracia liberal o sucumbiremos ante el modelo dictatorial? Veremos. (O)