¿Un psicólogo al mando de la economía de un país? Esa fue una de las tantas respuestas que se dieron en Argentina luego de las declaraciones del presidente Alberto Fernández, en el sentido de que “la inflación está en la cabeza de la gente”, esgrimiendo un concepto altamente cuestionable respecto del proceso inflacionario. Estas declaraciones, que tuvieron un gran impacto en la región, se dieron en una entrevista concedida a un diario brasilero, a raíz de que se conociera una inflación total de 94,80 % durante el 2022, lo que ubica a Argentina con una de las tasas de mayor inflación a nivel mundial, habiendo también mencionado que gran parte de la subida de precios en su país es ‘autoconstruida’, alusión reconocida en términos económicos que se da “cuando se pronostica un incremento en los precios de modo que, para anticiparse ante tales eventos, se produce un evento adelantado de precios por parte de las empresas”.

Los seguidores de Fernández ante la avalancha de opiniones contrarias sostuvieron que la inflación autoconstruida se trata de un “fenómeno heterogéneo con distintos factores”, agregando que se autoconstruye en los formadores de precios, cuando hay un clima generalizado que va a subir la inflación, la energía o lo que fuera, se manejan variables, como si fuera situación de crisis y los que tienen que remarcar, remarcan más”. Por otra parte, la sui géneris política monetaria argentina ha dado lugar que en los últimos años aparezcan una serie alternativa de tipos de cambios, con distintas cotizaciones y reglas particulares tales como el ‘dólar turista’ o ‘dólar solidario’, el ‘dólar minorista’, el ‘dólar mayorista’, el ‘dólar para industria o servicios’ o el ‘dólar CCL’ o ‘contado con liqui’.

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Hay que reconocer que ese descalabro cambiario tiene un impacto innegable en la percepción de la gente, lo cual contribuye también a que la inflación se dispare, pero no como producto de lo que piensa la gente sino como consecuencia directa del total descalabro monetario; sería también un absurdo argumentar que la política cambiaria está supeditada a lo que pasa en la cabeza de la gente. En ese sentido, es innegable que las expectativas, certezas y recelos de las personas pueden guardar relación con la inflación real, pero tratar de sostener que la causa principal de inflación en un país está ligada, de forma inexorable, al simple imaginario colectivo, es un disparate.

A pocos días de las declaraciones de Fernández, se conoció la propuesta del presidente brasilero Lula de revivir el proyecto de una moneda común, el cual debería actuar como factor acelerador del proceso de integración regional, idea acogida con entusiasmo por el presidente argentino (así como por los seguidores del excandidato Arauz, a quien ya lo ungieron como uno de los mejores “economistas monetaristas” del mundo). No, gracias. Como algún analista mencionó, añadir una moneda común a la frágil comunidad económica de estos países es como “empezar a construir la casa por el tejado”. Por eso la idea de una moneda común, esa sí, puede estar en la cabeza, pero no de la gente, sino de ciertos políticos que alimentan sus fantasías demagógicas a base de puro cuento. (O)