Al menos en el último medio siglo, en las democracias un poco más asentadas, ha sido una tradición no escrita el tránsito del poder político de izquierda a derecha, y viceversa.

Desde un lado, la lucha por los derechos, por la redistribución de la riqueza, y por la atención a las necesidades de los más vulnerables a través de un Estado muy poderoso que se inmiscuya en la mayor cantidad de sectores de la economía, y desde el otro, la visión de multiplicar la riqueza desde el sector privado como su gran generador y la reducción del tamaño del Estado para redireccionar esos recursos en beneficio de los más necesitados, han inspirado con mayor o menor intensidad, los discursos y las campañas electorales en la permanente disputa por el poder.

Arsenal de democracia

Con la llegada de la era digital y con ella la inmediatez de las comunicaciones, que nos permiten saber en tiempo real lo que ocurre en el otro lado del mundo, ya no hay que esperar por el diario del día siguiente ni por el noticiario de la noche, ni nos enteramos de lo que ocurre en el Viejo Continente en palabras, gráficos y videos de los editores de noticias de los medios locales, sino en directo, por los actores y por la prensa de esa localidad, que conoce todos los detalles del evento.

Es así que en los últimos años hemos visto lo que ocurre en la política española, en la francesa, en la italiana, en la alemana y en la británica, por mencionar a las democracias europeas más turbulentas y relevantes para quienes vivimos en este lado del globo terráqueo.

La irrupción y caída de Podemos y Ciudadanos, de José Luis Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy; el crecimiento sostenido de Vox ante la indefinición y falta de contundencia del PP y el deterioro irreversible de Pedro Sánchez; el deterioro de Emmanuel Macron y el ascenso indetenible de Marine LePen y de Georgia Meloni; el ascenso histórico de los conservadores con Boris Johnson hasta caer a sus niveles históricos más bajos con Rishi Sunak.

En todos los casos mencionados, al igual que ocurre en los Estados Unidos y en la Latinoamérica democrática, hay un factor común: los partidos políticos se desgastan cuando gobiernan porque no son capaces de resolver los grandes problemas de la gente. Porque no son capaces de cumplir, al menos, sus ofertas de campaña. Porque traicionan la confianza del pueblo, refrendada en las urnas.

Hago esta reflexión, a propósito del reciente triunfo de la derecha en las elecciones del Parlamento Europeo, que marca un nuevo fracaso del PSOE de Sánchez, de Macron (al punto de haber disuelto el Congreso y convocado a nuevas elecciones en Francia) y del avance de la ultraderecha en Alemania y otros países europeos.

Porque más allá de la ideología, que es una entelequia para quienes tienen, al menos, tres platos de comida diarios, asistencia de salud, vivienda y educación, el pueblo vota por quien le promete resolver sus problemas, y castiga a quien, llegado el momento, lo defrauda. Y los compañeros de la izquierda, han fracasado. Lo demás, es cuento. (O)