Los conflictos que asistimos en el mundo revelan la incapacidad de encontrar soluciones y acuerdos mínimos para solucionar los problemas de nuestras sociedades, tanto en lo nacional como en lo internacional.

Vemos dos guerras que tienen profundos impactos en la comunidad internacional. Ambas devienen de conflictos que no han podido solucionarse en las mesas de negociación diplomática y que están causando muerte, destrucción y pérdidas irreparables. La guerra, como sostiene Clausewitz, es “la continuación de la política por otros medios”, por ello la política del terrorismo, del uso de fuerza y de la lucha fratricida son formas en que grupos de personas impiden lograr acuerdos de gobernanza. Hay más de sesenta conflictos en este momento en casi todos los continentes, todos ellos son solucionables mediante mecanismos de negociación.

Para muchos, la confrontación no es solamente deseable, sino que la fomentan como una forma de vida. El adagio “a río revuelto, ganancia de pescadores”, resulta ser una de las expresiones más certeras, ya que evoca una forma de caos provocado por los grupos interesados en desestabilizar y generar enfrentamientos. Lo triste es que muchos ciudadanos con las mejores intenciones caen en el juego de estas rivalidades, muchas veces en actitudes infantiles que agravan innecesariamente la situación.

Las redes sociales se han convertido en el campo de batalla de improperios y noticias falsas y diatribas de todo orden, que escondidas bajo el anonimato buscan generar mayor confrontación social y política. Hoy, el uso incontrolado de las redes sociales que incitan al odio y la violencia es una de las grandes preocupaciones mundiales.

Con angustia uno puede atestiguar el uso de la fuerza para lograr objetivos que son temporales, ya que la violencia no trae soluciones que perdurarán en el tiempo. Volvemos a ver el uso o amenaza del uso de la fuerza como mecanismo de imposición de soluciones.

Para un país como el Ecuador, la paz con el Perú significó un gran sacrificio. Acabamos de conmemorar un aniversario más de la firma de los acuerdos de paz. No es un motivo de regocijo, sino de profunda reflexión de la incapacidad del país en lograr acuerdos que le hubiesen cohesionado en la defensa de heredad territorial. La incapacidad de acuerdos condenó al país.

La mentalidad de caciques de pueblo, que domina el escenario ecuatoriano, obstaculiza la realización de los destinos manifiestos de la nación y provoca su descomposición, lo que podría llevar hasta su disolución.

No es ajeno al devenir político nacional que haya diferencias, pero lo que se pide es que las mismas sean analizadas, argumentadas y vistas desde la perspectiva de un fin común, y este es el bienestar de los ecuatorianos como conjunto.

Inmersos en un mundo que está cada vez más polarizado, cuyos sistemas globales están fracturados y carentes de una visión de humanismo, los ecuatorianos nos debatimos en luchas estériles y hasta pueriles. (O)