En la película El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella y protagonizada por Ricardo Darín, destaca una sobrecogedora frase. Benjamín Espósito, investigador jubilado, descubre que Ricardo Morales secuestró y mantiene vivo al asesino de su esposa, Isidoro Gómez. Para la justicia llevaba muerto 25 años. Morales lo “condenó” a prisión perpetua en una ‘celda’ en su casa, donde le alimentó en completo silencio. Gómez, roído por la indiferencia, se acerca a un atónito Espósito. Con tembloroso aliento ruega: “Por favor, pídale… pídale que… aunque sea… me hable”.

Una persona en situación de calle sube al bus. Saluda con agónica voz. Recorre visualmente los asientos y narra su dolor: desempleado, junto a su mujer enferma e hijos hambrientos ocupan una choza abandonada. Implora “aunque sea un centavo, un trabajito en aseo, de cargador, cualquier cosa”. Sus ojos nadan en angustia y descartan simulación. Los pasajeros permanecen fríos. Él intenta conmover esas almas afligidas en sus propios calvarios, quizá también necesitadas del centavito, del trabajo en cualquier cosa. La violenta apatía lo reduce a la nada. Se siente ruin, canalla. Agacha su cabeza. Las palabras se le traban. “No me ignoren, por lo menos mírenme a los ojos. No miren por la ventana, por favor”, suplica.

Desde atrás analizo la escena. Recuerdo la frase del filme mencionado; además la de Henry Miller: “Nadie es lo suficientemente pequeño o pobre para ser ignorado”. No mirar, no hablar, no atender “mata” más a seres ya martirizados, como a tantos ecuatorianos atormentados por políticos indolentes poniéndoles más cruces sobre sus espaldas en un Estado fallido, una democracia secuestrada, una justicia contaminada. Esto consume sus almas, los desesperanza e insensibiliza. Las autoridades no escuchan el clamor de un pueblo desangrado, temeroso, empobrecido. No entienden la urgencia de un gran acuerdo nacional para superar la crisis y se ciegan en agendas partidistas con el mismo guion y conocido desenlace. Muchos ciudadanos se engañan con migajas electorales y cosechan desilusión, sufrimiento, fastidio hacia el otro. ¿Acaso deberían castigar a los políticos demagogos con la misma indiferencia de Morales a Gómez?; porque ellos son los culpables de su tormento, no la infinidad de desamparados.

“Mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro”, aconseja Alfred Adler. Debemos apelar a las últimas reservas de estoicismo, resistencia, resiliencia, empatía; no descargar la ira contra otras víctimas de las malas políticas en salud, educación, empleo, seguridad pública y social que afligen, afectan la sanidad mental y condenan a emigrar. Por muy complejo que sea el presente, no podemos quedar inertes frente al sufrimiento ajeno. Un mínimo gesto marca la diferencia. “Todas las personas con las que te encuentras están librando una dura batalla de la que no sabes nada. Sé amable siempre”, dice Ian Maclaren. Llegué a mi paradero. Caminé hacia el señor. Vi su tristeza más de cerca. Le di mi humilde aporte y bajé del autobús con mi conciencia intranquila. (O)