En todo momento y circunstancia, hay que cumplir los procedimientos legales y reglamentarios. Tanto las grandes empresas como las personas naturales debemos lidiar con los miles de requerimientos y tramitología del aparato burocrático estatal.

De escritorio en escritorio va y viene una ruma de papeles, donde están metidos los intereses y peticiones de miles de ciudadanos. Seguir el órgano regular dicen que se llama. En algunas dependencias con más eficiencia; en otras, a paso de tortuga.

Lo cierto es que no existe trámite alguno, en el que participe doña administración pública, que se libre de cumplir estrictamente una serie de pasos que dizque están enumerados por ahí en regulaciones, circulares, instructivos y oficios que el ciudadano común rara vez llega a leer; y que solo le son referidos cuando el funcionario de turno, en un intento desinteresado por avalar su actuación menciona, sin ni siquiera hacer el esfuerzo de exhibir.

Esto sin contar con dos brillantes argumentos que prácticamente a todos nos debe haber tocado escuchar alguna vez y que constituyen a la vez sentencia de muerte y epitafio para cualquier trámite público: “El sistema no lo permite” y “porque así siempre se ha hecho”.

No importa si el usuario tiene razón, tampoco importa si ha esperado tres horas para que le toque el turno.

Toda respuesta que empieza con una cualquiera de estas dos frases es contundente y cierra toda puerta de esperanza a ser atendido favorablemente.

Lo peor del caso es que este tipo de respuestas vienen de un poder omnipotente que no admite recurso legal en contra: la poderosa ventanilla.

Olvídese de la Constitución y las leyes. Contra lo que el funcionario de la ventanilla determine no existe derecho humano ni apelación.

Si bien es cierto que el esquema de regulación nace como una herramienta para que el Estado pueda organizar a la sociedad, no es menos cierto que con exigencias antojadizas, aplicadas por funcionarios sin sentido común, casi todo trámite se transforma en enfrentamiento entre el ciudadano y el Estado.

Ello porque por alguna razón cada paso está basado en la desconfianza, como si todo usuario que solicita algo quisiera solo hacer trampa. Por lo cual se merece ser atrapado por una red de mecanismos y requisitos que lo hagan desistir o necesitar un tramitador.

No queremos entrar en el tema corrupción, que obviamente pudiera ser materia de varios artículos de opinión. Simplemente, hacer notar la frustración que conlleva la idea de que toda gestión hecha ante un organismo público sea un eventual combate sin armas para el ciudadano.

En este sentido, es indispensable hacer notar una vez más a los funcionarios de todo rango que el verdadero sentido de su función pública es el servicio a la comunidad. Que ellos también son ciudadanos cuando salen de su escritorio. Que si seguimos empujando el sistema hacia el abismo, pronto tendremos un Estado absolutamente inservible. Y que, por supuesto, todo lo inservible tendrá que ser replanteado y reorganizado. Incluso, la todopoderosa ventanilla. (O)