Cuando le pregunto a un amigo: ¿cómo estás? Me responde: bien o quieres que entre en detalles…

En general las respuestas no son muy originales.

A veces son sorprendentes: mal, me duele el orgullo, me duelen mis sueños, me duele el alma, me duele la esperanza. Últimamente aparece de manera reiterativa, me duele el país. El país como bien propio, como si dijéramos el corazón, el brazo, alguna parte concreta de nuestro cuerpo.

Pero en realidad involucra el corazón, el estómago, los ojos, los oídos, el caminar, pero también los sueños, las esperanzas, los estudios, el futuro, la vida en pareja, los amigos, los hijos, el trabajo, la casa, la salud… migrar o quedarse. ¿A dónde ir, con quién hacerlo? Y como nubarrones que envuelven ese cuerpo del dolor propio y los proyectos que soñamos aparecen otros dolores que aprisionan como si estuviéramos en un calabozo, acorralan y dejan en la oscuridad. Me duele Venezuela, Gaza, Ucrania, los migrantes… estoy hundido y no sé cómo salir de esto. No quiero ni ver noticias.

¿17 binomios presidenciales?

Se habla mucho y se atiende de manera cada vez más profesional y eficaz la salud mental de las personas. Ya no es un estigma, es una realidad que se debe cuidar. Como la atención a personas con capacidades diferentes. Muchas organizaciones hacen un trabajo trascendental en la toma de conciencia colectiva de la necesidad de atenderla, diagnosticarla y prevenir e intervenir en sus manifestaciones.

Pero todavía no identificamos ni hablamos de la salud mental del país, ese conglomerado que entre todos formamos y que es la atmósfera que nos rodea, el entorno que respiramos. Se hacen mediciones de la percepción de felicidad. Ya las universidades más prestigiosas del mundo forman profesionales en esa área específica, no solo de medición sino de cómo lograrla. Y hay clases de felicidad en muchos centros educativos del mundo, incluyendo la India, Nigeria.

El bien y el mal

La salud mental de un país no es solo la suma de lo que sienten sus habitantes. Es una realidad en sí misma, es su “alma”. Personalmente he vibrado casi extasiada en algunas ciudades y lugares, así como he sentido un escalofrío que recorre todo el ser en lugares y ciudades donde ha estado la Gestapo por ejemplo. En casi todos los casos no conocía la historia previa.

Nosotros aspiramos a formar en valores introduciendo materias eliminadas anteriormente en aras de formar “productores” afines al sistema, porque no tenían tiempo para pensarlo, ocupados en adquirir las habilidades que permitan por lo menos sobrevivir.

Una de las maneras de recuperar e ir reconstruyendo el alma de un país y sanar su salud mental es conocer las historias de las personas que han ido dándole identidad. Sus mejores ciudadanos, los que son su pulso y su respiración. Para comenzar están aquellos que han recibido el premio Eugenio Espejo, ahora y antes. Sería oportuno que recorran centros educativos, comunidades, lo que los ministerios de Cultura y de Educación crean conveniente, y puedan dar testimonio de sus vidas, sus logros y sus fracasos, sus esperanzas y sus desafíos.

Convertir esos testimonios en folletos y libros que los maestros utilicen para ayudar a comprender que los cambios positivos requieren esfuerzo, dedicación y personas con propósitos claros. (O)