La conmoción social por la que atraviesa el país crea la condición necesaria para activar el estado de excepción en el que se desarrollará la próxima convocatoria electoral. Un estado que pone a prueba al poder soberano de la ciudadanía para ejercer su derecho al voto con la responsabilidad, el compromiso y la valentía que exige proteger la libertad política y la democracia.

Una libertad política real, porque es constitucional, que vive el riesgo de ser una libertad aparente, porque es política. En apariencia nuestra libertad política está disfrazada de pluralidad, equidad y legalidad; pero en realidad está condicionada por la manipulación de fuerzas políticas que utilizan el chantaje, la venganza y la violencia para captar o mantener el poder, desafiando la vigencia del Estado de derecho y el valor de la democracia como sistema político.

La tarea de Fernando Villavicencio

Este clima de tensión y violencia política afecta de manera directa el desarrollo de la competencia electoral democrática. Por un lado, el proceso de alternancia y competitividad electoral se expone a la función social del miedo, que podría inclinar los resultados del sufragio hacia candidaturas que representan “mano dura” o autocracia. Y por otro, la fragmentación política, resultado del sufragio legislativo, podría institucionalizar estructuras partidarias comprometidas con pactos clientelares o incluso grupos criminales; convirtiendo a nuestro sistema político en una maquinaria de ingobernabilidad e inestabilidad política estructural.

En la trilogía democracia-violencia-elecciones, la acción política es una acción violenta en la dinámica electoral, que transgrede la libertad política, reflejada en la pérdida de derechos ciudadanos, que atenta contra el desarrollo del proceso electoral y se afectan tanto el sufragio libre como la capacidad de asociación política. La ciudadanía pierde poder soberano y su voluntad es minimizada hacia un repertorio retórico, con poca o ninguna funcionalidad democrática. Tanto el liderazgo político como los ciudadanos debemos estar conscientes de la posibilidad de caer en la trampa de esta trágica trilogía de la violencia política, que pondría en juego nuestras libertades y nuestra integridad democrática.

Había que callarlo

Votar y ser votado es una oportunidad para ejercer la libertad política a plenitud; de comprometer un esfuerzo cívico para que la democracia funcione y pueda mejorarse a sí misma en cada momento electoral, en cada deliberación legislativa y en cada decisión ejecutiva, porque la única trilogía que fortalece la gobernabilidad es el equilibro de los tres poderes del Estado, donde el consenso político construye un Estado robusto y eficaz en alinear políticas públicas de bienestar social y progreso económico con altos estándares de seguridad pública e integridad institucional.

Debemos blindar el sistema político a través de un sufragio sólido, contundente y responsable; conscientes de que el voto soberano sostiene el control político y donde no hay espacio para la indiferencia, la indecisión o la negación, porque lo que está en juego el próximo domingo es nuestra voluntad ciudadana, es nuestra libertad política. (O)