Javier Milei, más allá del “personaje” que uno puede apreciar o no y de sus claras contradicciones, lanzó en las Naciones Unidas algunas verdades enormemente valiosas alrededor del liberalismo, que ha sido la base de cómo el mundo ha caminado en los últimos 200 años, con problemas sin duda como no puede ser de otra manera en cualquier organización humana, pero bastante positivamente, y cómo ahora (o al menos este organismo internacional) se dirige desgraciadamente en dirección contraria.

Recordó que las Naciones Unidas, NN. UU., fueron muy positivas como un espacio donde dirimir conflictos antes (y en lugar) de ir a las armas y por eso el mundo ha vivido 70 largos años de paz y prosperidad basada en mayor libertad e intercambio, recordando la frase de Bastiat: “Donde entra el comercio no entran las balas”. Y con base en la interacción positiva del desarrollo: el comercio garantiza la paz, la libertad garantiza el comercio, la igualdad ante la ley garantiza la libertad. Pero ahora las NN. UU., como toda organización burocrática, ha abandonado su propósito inicial y más bien se ha convertido en un monstruo que quiere decidir con sus agendas (ahora viene “la Agenda del Futuro”) no solo qué debe hacer cada Estado, sino cómo deben vivir los ciudadanos en un modelo colectivista que defiende la agenda “woke”. Ayer con unos amigos recordábamos divertidamente cómo las burocracias en ciertos lugares prohíben, por ejemplo, más de un salero por mesa en los restaurantes o que el vinagre y el aceite de oliva convivan en un mismo recipiente.

El discurso de Milei

Como bien dice Milei: es una agenda con buenas intenciones, pero que fracasa porque la gente quiere actuar de manera diferente, y cuando lo hace vienen regulaciones para restringir y reprimir las libertades y eso empobrece a todos, pero sobre todo a los más pobres. Aunque vale preguntarse: si la agenda tiene buenas intenciones, ¿cómo logramos aplicarlas? Solo hay una manera en una sociedad positiva: que las mejores ideas vayan triunfando en un proceso de competencia libre, pero no impuestas desde los gobiernos y sus aliados, no se trata de imponer para lo cual los gobiernos tienen instrumentos de poder que los demás no tenemos, sino de persuadir.

¿Qué hacer entonces? Mantenernos en la única visión que permite realmente mejorar la pobreza, la discriminación y la desigualdad como todos quisiéramos: limitar el poder del monarca a base de la igualdad ante la ley, el respeto a la propiedad, el derecho a la vida y a la libertad de los individuos, lo cual implica también crear un mejor entorno para los que tienen menos oportunidades, en particular mejor educación y salud. Algunos dirán (y así lo hizo Petro inmediatamente después) que solo es la libertad para que el 1 % de los individuos exploten a los demás o que las bombas caigan sobre Gaza. Nada de eso es cierto. El liberalismo tiene fallas como todo sistema humano y en particular la tentación de abusar unos de otros, pero el peor abuso es cuando el monarca y sus cercanos tienen el poder para hacerlo, porque entonces no hay ningún contrapeso que los pueda frenar.

Milei terminó con algo muy cierto, frase de Thomas Payne: “Aquellos que desean cosechar las bendiciones de la libertad deben soportar la fatiga de defenderla”. ¡Aquí estamos! (O)