Tres metros de distancia es lo que sugiere la reglamentación de tránsito entre vehículo y vehículo. Sí, esa reglamentación que pocos o casi nadie conoce, explica que a esa distancia el conductor tiene entre dos y tres segundos para reaccionar y evitar un roce al menos leve. O en el peor escenario, un choque con lamentables consecuencias.

Esta analogía es absolutamente aplicable al periodismo en el que los reglamentos no son tan explícitos, pero la experiencia ha marcado la senda correcta para la relación reportero-fuente. Allí, mantener la distancia adecuada para lograr un frenazo es fundamental, aunque cada cierto tiempo aparezcan quienes muestran nuevas pólvoras y nueva agua tibia “inventadas” por ellos.

La madre de todas las batallas

Coincidencialmente, hay también tres herramientas clave en el periodismo, y en especial en el de investigación, que muchos parecen ahora querer olvidar a conveniencia: el secreto profesional, la reserva de la fuente y la cláusula de conciencia. Gran cantidad de quienes se autodenominan comunicadores, o creadores de contenido, obvian estos derechos constitucionales con absoluta facilidad, con el banal discurso de que son ataduras del periodismo libre o reglas desactualizadas y caducas, cuando en realidad son potentes normas éticas como las hay en todos los oficios.

Sobre la primera, el secreto profesional, el criterio es universal: no revelar cómo ni por qué se tomaron las decisiones, sino solo el resultado de esas decisiones. Y asumir sus consecuencias. El médico en el quirófano; el ingeniero en el cálculo; el abogado en el acuerdo extrajudicial; el periodista en la jerarquización de los hechos, y un largo etcétera. Se han preparado para tomar decisiones y lo hacen con sus afines. Solo se puede romper, se debe romper, si la situación gira hacia el ocultamiento de un delito.

‘Que se maten’

La reserva de la fuente ha sido fundamental en investigaciones de alto riesgo. El mayor ejemplo de esto es el escandaloso caso Watergate que derivó en la única renuncia de un presidente de los Estados Unidos, por corrupción. Pero la fuente solo será tal, y más aún protegible, cuando el comunicador compruebe que es válida, por su cercanía con los hechos, por su arrepentimiento y porque comprueba que no está tratando de manipular, ni extorsionar. La cercanía íntima con la fuente inevitablemente genera compromisos íntimos que el comunicador no podrá evadir, peor aún si se trata del crimen organizado.

Paz, un bien público fundamental

Y por último está la cláusula de conciencia. La lucha del comunicador, hiperinformado, hipercontactado con su fuero interno, que lo obliga a definir qué está dispuesto o no a hacer a cambio de información. Y al mismo nivel de estas definiciones deben estar las que establecen si crees o no en la democracia; si tienes alguna posición política; o si tu conciencia te permite cometer un delito para demostrar otros delitos.

Solo entendiendo estos tres derechos estaremos listos para llegar responsablemente a las audiencias. Las irreverencias y los bypass a las reglas no caben en la comunicación profesional y responsable. Son biombos detrás de los cuales, en ciertos casos, se esconden afanes de figuración o saltos de garrocha económicos. (O)