Con motivo de “desmanes” por el paro nacional que vivimos, me veo impulsado a continuar el tema. Para quienes no leyeron El origen, decíamos que, a propósito de la última contienda electoral en Ecuador, reconocíamos que hubo habilidad, destreza y audacia en la estrategia ejecutada que aseguró el paso a segunda vuelta electoral de uno de los candidatos. Recordábamos que, en ligas presidenciales, la meta es imponer al futuro gobernante, sea por las razones que tenga el candidato o por los métodos de su consultor. Sin pretender justificar acciones, solicitábamos a los lectores que consideren el contexto propio de una campaña política, ya que, sin un análisis integral, podíamos sentirnos engañados y/o manipulados. Recordábamos que la política se resume en el uso de astucia y engaños para alcanzar objetivos, y que una misma acción parecerá brillante o aterradora según la reputación de quien la realiza, no en vano se dice que la imagen lo es todo. Finalmente, y como parte medular de aquella publicación, nos preguntábamos sobre el origen de lo que hasta ese momento presenciábamos sobre los dos candidatos finalistas, respuesta que el tiempo siempre brinda.

Entrando en materia. Hay candidatos que sufren de Alzheimer temporal, quienes por alguna razón creen que su legado en la Tierra es imponer su foto en el salón amarillo de Carondelet; y, para lograr tal cometido, en campaña electoral se presentan como los héroes nacionales que nos alejarán del precipicio al que como país nos conducen con diligencia y esmero.

No podemos desconocer el intento del actual gobierno por luchar con el legado político que recibió del expresidente L. Moreno; tampoco podemos dejar de reconocer que, para cualquier ciudadano con la banda presidencial, será difícil enfrentar simultáneamente todos los problemas heredados, y menos en un año calendario. En principio, todo proceso requiere una curva de aprendizaje, pero en temas públicos, desde el primer día, debe conformarse un equipo de trabajo con habilidades y destrezas para asumir el reto. Desconozco a la mayoría del equipo, así que no puedo hablar al respecto. Lo digo sin ánimo de defender al actual gobierno, de quien no soy amigo ni pretendo serlo, pero tratando de ser objetivo y transitar por el camino de la reflexión, pregunto: ¿quién es capaz de enfrentar sabiamente una guerra con cada uno de los países vecinos del Ecuador, con frentes en cada zona limítrofe del país? No habrá recursos ni estrategia que permita hacer un frente coherente contra los ataques organizados de los enemigos que ya tienen años planificando y ejecutando el ataque. Resulta que el ataque que vivimos, dentro de nuestra frontera, inició hace más de un año.

Y es que, lo que vive el Ecuador es una guerra interna de dimensiones jamás vistas. El gobierno debe trabajar sin descanso 25 horas al día y 8 días a la semana para enfocarse en los principales incendios, apaciguar paulatinamente otros y tener la visión para prevenir y evitar nuevos posibles conatos. ¿Hay errores en el gobierno? Sin duda, pero quién no los comete. Siempre hay tiempo para corregir, pero para navegar con viento a favor deben recordar que El ego es el enemigo, como lo titula Ryan Holiday. Hay que deponer posiciones, actitudes y conversar con los distintos actores; así como hay que saber medir y sopesar el momento de impulsar el mecanismo que la Ley prevé en contra de quien adecua su conducta a un acto típicamente antijurídico conminado con la sanción de una pena (léase delito). Todo conlleva una estrategia ¿El gobierno la tiene? Imagino que sí.

En la mesa de conversaciones o negociaciones, además del libro de Holiday, yo pondría en cada puesto en donde se sentarán los líderes o sus delegados, el libro de Adam Grant, titulado Piénsalo otra vez. El autor intenta persuadirnos a no dar nada por sentado. Y creo que hoy es clave. Grant es consciente que “en un mundo que cambia rápidamente como el actual, las habilidades de pensar, repensar y desaprender empiezan a valorarse más”. Nos dice que “muchas personas privilegian la comodidad y la convicción por encima de la incomodidad y la duda; escuchan aquellas opiniones que les hacen sentir bien, en vez de las ideas que los desafían; ven el desacuerdo como una amenaza para su ego, en vez de una oportunidad, se rodean de personas que apoyan sus puntos de vista, en vez de gravitar en torno a sus contradictores. Termina diciendo que “cuando más brillantes se creen, menos ven sus propias limitaciones. Piénsalo otra vez es una invitación para soltar aquello que no sirve y privilegiar la flexibilidad mental de la rigidez obstinada y paralizante”. Termina con algo de Sócrates, pero en sus propias palabras, diciendo que “si el conocimiento empodera, saber que no lo sabemos todo, nos hace sabios”. Esto ya es un punto de partida para la reflexión y nos permite un hilo conductor para un acuerdo nacional dentro de una democracia de acuerdos, como oportunamente la llamaron los chilenos.

Regresando a los salvadores que en campaña electoral se promocionan como David que, con un chasquido como el de Thanos puede vencer a Goliat, o, en su caso, siguiendo las reglas de Og Mandino, en su libro El vendedor más grande del mundo, los candidatos se nos presentan como los estrategas que prácticamente sostuvieron el bastión principal en la ofensiva de Stalingrado, cuya batalla se considera la más “emblemática” de aquel periodo que, al parecer, la humanidad está lejos de olvidar debido al conflicto que hoy vemos entre Ucrania y Rusia. Y es que la verdad del viejo continente es que siempre ha vivido en guerra, lo que no demuestra -mucha- racionalidad del llamado primer mundo.

Ahora bien, hablando de temas racionales y verdades cercanas al paralelo cero, también llamada línea ecuatorial, acá también tenemos algunos viejos (lo digo con respeto porque espero llegar a esa edad con algo de sabiduría y mayor experiencia) que se creen del primer mundo porque lo visitan a menudo, y que, tal cual oráculo, cuando son candidatos dicen tener la brújula milagrosa que nos impulsará al desarrollo. Sería importante que, quienes han ocupado cargos públicos, compartan la receta milagrosa de políticas antisoborno, fórmulas para luchar con contratos con sobreprecios, y los protocolos para no amasar fortunas habiendo recibido por décadas un cheque del erario nacional que no se compadece a su ostentoso estilo de vida.

Imagino que aquí el problema es el celo político, porque no se me ocurre otra razón para que un político de profesión, quien, por ejemplo, haya administrado varios periodos una alcaldía, que dicho sea de paso ya se administraba sola -gracias al incomparable legado de un expresidente de la República-, haya tenido tantos años en el sillón de Olmedo sin problema alguno ante la CGE y la FGE. Y es que, como ciudadanos, todos juntos, debemos exigir que compartan la receta para que las demás autoridades del país implementen ese “modelo de gestión” que logró exterminar los sobornos, coimas, etc., y generar por su propia cuenta un patrimonio decente.

Dejando la Perla del Pacífico de lado, y regresando al tema de candidatos con GPS versus autoridades sin destino, recuerdo el compromiso de algún candidato presidencial de derogar una lista taxativa de tributos. Cuando escuché esa oferta de campaña, de forma repentina me vino a la mente Álvaro Vargas Llosa, cuando en su libro Rumbo a la Libertad menciona que el gobierno que asume el poder hereda una sociedad subdesarrollada que funciona bajo determinadas reglas, lo que hace imperativo partir de un proceso de reformas que implica -principalmente- “deshacer” antes que “hacer”. Es decir, en principio y bajo la postura del autor citado, la propuesta de derogatoria del entonces candidato tiene su lógica. El capítulo X del libro citado de Vargas Llosa trata sobre el particular, lo que me permito mencionar para quien le interese leer al respecto.

Aunque estaba de acuerdo en que hay que “deshacer” antes que “hacer”, consideré que no era responsable afirmar que, por ejemplo, se eliminarán fuentes de ingresos sin determinar claramente y bajo un verdadero plan la forma de generar igual o mayores ingresos para salir avante de la situación (crisis) en la que estábamos, pero debíamos suponer que sabían lo que decían después de una década de campaña política estudiando los problemas del país y afirmando, para sorpresa de todos, que las soluciones estaban en los primeros minutos de gobierno.

Si la propuesta era eliminar catorce tributos, debían explicarnos y demostrarnos cómo mantendríamos al menos el punto de equilibrio financiero para cubrir el presupuesto general del Estado. Cualquier otra cosa es demagogia que puede venir de la “izquierda”, del “centro” o de la “derecha”, ideológicamente hablando.

Sin duda existían tributos en exceso, pero dónde estuvo el plan para reemplazar esa fuente de ingreso que hoy necesita el Estado ecuatoriano para cubrir tan solo su gasto corriente. ¿Será acaso que pensaban gastar menos y nada más? ¿Qué implicaciones sociales conlleva reducir el tamaño del Estado sin un plan para los retirados? ¿mayor desempleo? ¿mayor afectación en los servicios públicos que ya son deficientes? Etcétera.

Parece que en la campaña presidencial se ofrecieron cosas que no se implementaron desde Carondelet y, más bien, se alejaron de la expectativa de quienes le dieron el voto a aquel candidato, y no contentos con eso, en algún tema caminaron en sentido contrario que lo ofertado en campaña. Hoy, gracias a ofertas de campañas sin planes estructurados, tenemos un nuevo paro de indígenas, que solo Dios sabrá cómo terminará. Nueva ocasión para que los dos sectores pongan las barbas a remojar, ya que los dirigentes indígenas deben tener presente que nuestro punto de encuentro debe ser la verdad y hay sensación en la ciudadanía que en eso han fallado las dos partes en conflicto.

Ramiro Calle, en La ciencia del sosiego, nos plantea algo que gobierno, dirigencia indígena y ciudadanía en general, debe plantearse seriamente. El autor nos invita a reflexionar, preguntando: ¿es posible vivir en paz? En paz con uno mismo, en paz con los demás. Vivir lejos de miedos, tormentas y dudas. Se nos plantea un mecanismo para aquello, pero hoy ese mecanismo debe salir del liderazgo de quienes constitucionalmente ostentan el poder político. (O)