“Estamos igual que hace seis meses”, escucho con cierta frecuencia en círculos profesionales y sociales cuando se habla de la inseguridad que viene atrofiando al país ya por demasiado tiempo. ¿Estamos? ¿De nada han servido las acciones contra el crimen organizado? O ¿es que el crimen organizado está evolucionando o ya evolucionó hacia otra fase?

Y es cuando me resuenan las frases de Israel Ibarra, aquel sobreviviente del periodismo mexicano, hoy volcado a la academia, al que un grupo de periodistas pudimos escuchar el año anterior en la Universidad Católica de Guayaquil. Decía Israel que violencia como la que empezaba entonces a sentirse con fuerza en Ecuador es parte de una espiral que va extendiéndose en la sociedad con un subliminal cumplimiento de metas. La primera, que ahora vemos algo lejana, fue la del terror, que tuvo su momento de clímax con la abrupta entrada de bandoleros en TC Televisión, a inicios de este año, pero que venía sembrándose desde aquellos amotinamientos simultáneos y coordinados en las cárceles, donde los bandos más fuertes decapitaban y jugaban fútbol luego con la cabeza de sus rivales.

Seguridad y agilidad

La guerra interminable

Etapa esta muy emparentada con la de incursiones en sitios públicos, canchas, barrios y transitadas vías que nos obligaron a un enclaustramiento tipo pandémico, pero sin pandemia, en procura de no ser alcanzados por una bala perdida, por estar en el lugar equivocado, a la hora inadecuada.

Y lo lograron. Sembraron el terror. Y los esfuerzos más recientes para reprimirlos, que llevaron a declarar a sus autores como “terroristas” y por tanto objetivos militares, en cierta medida hicieron declinar esas acciones de horror, dando paso a otra fase: la de los ajustes de cuentas específicos, con asesinatos entre miembros de las bandas, en la batalla por tomarse el territorio en que desarrollan sus actividades ilícitas, sin importar los daños colaterales que constituyen niños, mujeres, ancianos que pudiesen estar ahí cuando saldan alguna cuenta. Una etapa que la sentimos actualmente con frecuencia y para la cual la Policía parecería no estar lista, si al analizar no reparamos en que los uniformados no pueden estar en muchos sitios a la vez y su equipación no está a la altura de las armas automáticas que suelen portar quienes cuidan los narcodólares.

Al mismo tiempo se dispara la actividad del secuestro. Paralela y derivada de la principal, que a decir de los expertos toma fuerza justamente cuando esos grupos se quedan momentáneamente sin cargamentos y personajes que cuidar y salen con sus sofisticadas armas a buscar otras vías de financiamiento, mientras se “normaliza” su principal ocupación.

El fenómeno delictivo que sufrimos actualmente, entonces, no es estático. Va evolucionando y, lamentablemente, consolidando etapas que las autoridades encargadas de combatirlo parecerían a ratos desconocer, porque siguen haciendo el operativo de motos todas las noches en la misma esquina, desde hace muchos meses.

Las acciones del plan, del que muchos dudan su existencia, deben también ser cambiantes, adaptables a realidades que el crimen nos impone y que nos colocan en el deprimente estatus de sobrevivientes. (O)