¿Existen límites en la capacidad para mentir y posicionar falsedades que tienen las hordas de “soldados de teclado” dispersos por el mundo, de las que Ecuador, obviamente, no se escapa? La respuesta es muy simple y categórica: No.

Si no lo creen, miren ahora mismo hacia Brasil, que sufre una de las peores catástrofes ambientales de las que se tenga memoria reciente, con riesgo de que una ciudad importante como Porto Alegre se borre del mapa por las incesantes inundaciones. Los trolles, como se les ha bautizado a estos emprendores digitales del mal, no han tenido compasión con los damnificados, que suman millones, y evidentemente buscan afectar al actual gobierno de izquierda, se han dedicado a sembrar con potencia una serie de datos falsos, supuestas incautaciones, y hasta “confinamiento climático” que ha desatado el horror y la desesperación de quienes, como muchos ya vivieron el inhumano confinamiento provocado por la pandemia del COVID-19, pero imaginándolo ahora con el agua hasta la cintura.

Ninguna de esas alertas del mal han ocurrido o están, al parecer, en planes de las autoridades, pero las fake news han circulado con energía en las cuentas de sus cultores, usualmente con identidades falsas también, que sin duda son feroces defensores del movimiento verde. Pero del movimiento financiero verde-dólar, y en grandes cantidades, auspiciado por quienes invierten en la siembra del caos.

Lejos de ser casos aislados y fácilmente desmentibles, lo que ocurre en Brasil a la par de las inundaciones ha sido descrito como un tsunami de desinformación que claramente intenta desestabilizar rivales políticos y a instituciones públicas. Y es que sea para comunicarse, entretenerse o informarse, Brasil es uno de los pases del mundo donde la ciudadanía pasa más horas navegando en internet. La consecuencia de la arremetida digital del mal es más dolor entre quienes ya viven la tragedia y unas cuantas amenazas de acciones legales nada claras al ser la internet tierra de nadie.

Aquí en Ecuador hemos tenido ya nuestras buenas cucharadas de fake news con el accionar de trolles que lanzan el ataque y luego forjan las pruebas para que el daño dure al menos lo que tome descubrir y evidenciar el fraude. La pandemia del coronavirus, en la que se mintió al mundo con imágenes de supuestos cadáveres quemados en las calles, cuando en realidad eran muebles; la crisis carcelaria con la que se magnificó el miedo a nivel nacional; o más recientemente, la crisis energética en la que hubo evidentes manipulaciones informativas de todos lados, debido a que se disparó a las puertas de una elección, son casos de horrenda manipulación que irán creciendo en la medida de que muestren efectividad y haya mejor conectividad.

Hay suficientes estudios que revelan que el cerebro humano, y especialmente en momentos de crisis, está mucho más permeable a receptar y creer versiones apocalípticas que buenas noticias, y eso lo saben quienes manipulan las redes.

No dudo que haya suficientes inescrupulosos ya levantando sus “granjas” productoras de fake news, para crear similares efectos que la pitahaya, pero en mentes manipulables. (O)