Gobernar es una acción compleja. Es decir, el éxito o fracaso de un gobierno depende de la confluencia de varias voluntades. Así lo pensó Thomas Hobbes, en su obra titulada Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil. Al buscar la definición de Leviatán, usted encontrará que es descrito como un monstruo gigante que domina un territorio. Para Hobbes, el Estado es un Leviatán.

Hobbes describe al aparato estatal como un gigante compuesto por personas en miniatura. En la suma de esa multitud radica la imponente fuerza del Leviatán. La explicación de esta metáfora se desarrolla cuando Hobbes afirma que cada persona es poseedora de un pequeño poder; con él puede hacer, dejar de hacer o ser indiferente ante el contexto que le rodea. Pero cada ciudadano cede esa parte de ese poder al Leviatán (el Estado), para que el Estado ejecute obras gigantes, que son imposibles sin el apoyo ciudadano.

Estas son las ofertas que hizo Aquiles Álvarez, virtual alcalde de Guayaquil, en la campaña

Hobbes puso sobre el tapete algo que no fue evidente en la época en que predominaban las monarquías, y cuando la gente pensaba que los éxitos o fracasos de un gobierno se reducían a la genialidad de sus gobernantes. Hobbes entendió perfectamente que cada persona, por más humilde, cumple un papel importante en el sostenimiento del poder. Pero, ¿qué pasa si las voluntades desaparecen? En palabras de Hobbes, el Estado se vuelve imponente e inoperante.

Pabel Muñoz: El alcalde de Quito soy yo y Rafael Correa, el presidente vitalicio de la organización

Cambiar anomia por democracia es posible, pero requiere buena voluntad ciudadana.

En Ecuador estamos a pocas semanas del cambio en las administraciones de los gobiernos descentralizados de los territorios provinciales, cantonales y parroquiales. Quienes dejan las administraciones tienen bajo su poder información, datos y decisiones que deben entregar a sus sucesores. Si las cosas se cumplen según la razón y la ley, cada grupo de políticos que termina su gestión entregará de manera detallada, pulida y clara toda la información que requiere el nuevo gobernante y los aparatos administrativos continuarán su accionar.

Sin embargo, en épocas de crisis la lógica y la ley es subestimada, a eso se llamó anomia, que implica al menos dos grandes aspectos. Por un lado, la insuficiencia de leyes, y por otro, el clima social de desobediencia premeditada. En el peor de los casos las sociedades con anomia se ven saturadas por comportamientos corruptos, delincuenciales y criminales. En una sociedad anómica, las instituciones dejan de ser confiables y respetables. De ahí que diversos organismos internacionales miden periódicamente la “confianza” en los gobiernos; porque la ausencia de esta es uno de los aspectos detonadores de la anomia.

Cuando un nuevo gobierno se posesiona, la ciudadanía se encuentra expectante de su accionar, sus respuestas y sus discursos. Los cambios de las administraciones son tiempos esperanzadores que pueden sanar los contextos sociales. Volviendo con el pensamiento de Hobbes, para que un Estado sea eficiente requiere de la concurrencia de la voluntad ciudadana, pero, particularmente, del ejército de empleados públicos, que tienen el deber de velar porque las nuevas autoridades reciban la información completa, verídica y de calidad. Cambiar anomia por democracia es posible, pero requiere buena voluntad ciudadana. (O)