Aunque hace unos años se pensó que el Estado debe garantizar los derechos básicos. No obstante, las promesas de un Estado que resuelve problemas fundamentales no se concretaron. Y las sombras sobre la corrupción mostraron las peores versiones de los gobernantes de turno.

Las cifras del último censo nacional indican datos importantes que los que quieren gobernar deben considerar. Así, el número de gente mayor a 60 años crece, la tasa de natalidad se estancó y numerosas personas deciden vivir sin pareja, y aumentan la necesidad de las viviendas unipersonales. A esas cifras demográficas, se suman las de violencia social que afectan a todos los rincones patrios.

Cuando nos preguntamos ¿por qué? Es necesario mirar hacia atrás; ningún gobierno se ocupó de la desnutrición infantil; y crearon barreras que impidieron a miles el acceso a la educación superior, dejándoles sin ocupación y sin esperanza de nuevos días. Son décadas de decisiones erradas, en todos los frentes; son décadas de desperdicio de recursos en vanidades y egos que a cuenta de creer tener la razón solo infundieron odio y dividieron a la sociedad ecuatoriana.

De ahí que, quien dirija el país en los próximos años tiene una tarea titánica y requiere la suma de voluntad de cada habitante del Ecuador. Porque está claro que el Estado no puede dotar de la comida que requiere cada familia o disponer de un policía en cada esquina para que vigile la paz social. Por lo tanto, la solución difícilmente vendrá del gobierno de turno.

Son las comunidades organizadas las que pueden generar orden y esperanza. Pero, aquello está condicionado a la educación y los principios éticos que los guíen; pues hay personajes que aun con títulos doctorales priorizan los festejos superfluos, por encima de la salubridad o la atención a los más débiles.

Cuando cada persona se responsabilice de su metro cuadrado, de su barrio y de su propia vida, posiblemente, las cosas irán mejor. No obstante, se observa que quien barre su frente, empuja “su basura” a la orilla del vecino; quien da de comer a los perros callejeros, no recoge el excremento que genera “su obra de compasión”, por la fauna urbana.

Entonces, a menos que la ética comunitaria surja, seguiremos observando que los problemas se ahondan. Por ello, es hora de repensar el rol de los Estados centrales, gobiernos locales, comunidades, familias y ciudadanos. Si esperamos que la solución llegue de otros, posiblemente las cosas no cambiarán.

El año 2025 arribó y con él sus desafíos. Si cada persona hace su parte y si cada barrio vigila lo que sus dirigentes hacen y se les pregunta sobre los principios morales que tienen; posiblemente, el pudor invada la gestión local y mejoren su accionar. De ahí que en el 2025 se requiere de una minga de razonamiento y ética, que devuelva la corresponsabilidad que todos debemos tener; mientras tanto, esperemos que el Estado central y sus servidores asuman lo que les toca, ser el soporte para sus ciudadanos. (O)