Escuché hace pocos días una entrevista en Radio City, conducida por Guillermo Hidalgo, analizando los retos y el futuro de nuestra gastronomía, con Nicolás Pérez, embajador de la World Food Travel Association para Ecuador. Erik Wolf, su presidente y fundador, escribió hace varias décadas un ensayo sobre el tema “Food and Travel”, fundando así el concepto de turismo gastronómico, considerado hoy precursor de la industria, y uno de sus mayores entendidos.

Uno de los programas que promueve la WFTA es el de Capitales Culinarias, una certificación de destino diseñada para exaltar la gastronomía del destino en cuestión, diseñado para ciudades con gran potencial culinario que no necesariamente tienen el reconocimiento mundial de París, New York o Tokio, y que no tienen los recursos que estas grandes potencias poseen para su promoción y difusión.

En la entrevista, Pérez cuenta cómo Cuenca se ha convertido en un caso de estudio. En la administración edilicia anterior, se contratan asesores que comienzan a investigar y documentar sus raíces culinarias y contactan a la WFTA para iniciar el proceso de certificar a Cuenca, Capital Culinaria. Luego, se da un cambio político en dicha Alcaldía, Incluyendo su Dirección de Turismo. Sin embargo, la ciudad siguió con el programa trazado, aplicando al certificado de la WFTA y lográndolo.

Comenta Pérez, que, según cifras de la WFTA, en la década pasada, 4 de cada 10 turistas consideraban el nivel gastronomía del destino para decidir su viaje. Empero, hoy, es casi el 90 % de turistas para los cuales la gastronomía es una de sus factores de decisión. Gran lección para las autoridades de turismo. El legado histórico, el arte, y lo maravilloso de los parajes naturales son tan importantes como la cocina de un destino para que este sea escogido.

Perú es el resultado de unos cuantos gastrónomos, junto con un periodista como Bernardo Roca Rey y varios empresarios privados, convenciendo al presidente Fujimori de invertir en gastronomía hace 30 años, en un plan que tuvo un norte y no cambió en décadas. Sus resultados hoy están a la vista. En la última década la empresa privada, la academia y la prensa han hecho su trabajo. Falta, según Pérez, el gran articulador, el Gobierno, que apueste y destine presupuesto, liderando un plan que logre llevar la gastronomía ecuatoriana a otro nivel, y con ella dispare las paupérrimas cifras que la industria turística del Ecuador arroja.

En nuestro país es difícil ponernos de acuerdo en nada. En el sistema de gobierno, en los valores democráticos a defender y, al parecer, también en lo que es crucial desarrollar a nivel turístico. Retumba en mis oídos lo que hace casi una década decía un europeo, factótum de la gastronomía en su país, cuando le preguntaba, al haber él descubierto la cocina ecuatoriana por primera vez, ¿por qué no estamos en el panorama mundial? ‘¡Por pendejos!’, fue su respuesta. (O)