Anteayer, la República Popular China celebró los 75 años de su fundación. En 1949, tras una cruenta y larga guerra civil, Mao Zedong proclamó en la Plaza de Tiananmén la creación del Estado que él mismo presidiría. Desde entonces, y tras una historia marcada por distintas etapas políticas y económicas, no exentas de violencia, una de las sociedades más pobres del planeta se convirtió en la segunda economía mundial, proyectándose como una superpotencia global.

El comercio chino con América Latina supera los 450 mil millones de dólares. Hace dos décadas, era solo de 18 mil millones. A estas alturas, Beijing es el principal socio comercial de buena parte de América Latina. Es un inversor y acreedor con capitales dirigidos principalmente a la construcción de infraestructura. Veintidós países de la región se han sumado de distintas maneras a la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road), que busca conectar físicamente a China con el resto del mundo. Se trata de una potencia industrial y tecnológica que genera intensos impactos en la región. Uno de ellos, probablemente el más importante en la tradición de las políticas de desarrollo latinoamericanas, es el impulso hacia la producción de materias primas en algunas economías que habían alcanzado cierto grado de industrialización, especialmente en el Cono Sur.

En una región caracterizada por las necesidades y las dificultades fiscales de sus gobiernos, que no cuentan con suficientes recursos para pagar sueldos o construir obras, la presencia de los créditos e inversiones chinos es providencial. Esto explica en gran parte su éxito estratégico, además de las difíciles transacciones con la banca multilateral y las tortuosas condiciones que ésta impone a los países, las cuales impactan fuertemente en las políticas públicas.

China es la gran triunfadora de la última etapa de la globalización liberal. Su desempeño productivo y la capacidad negociadora del país, actuando dentro de las reglas de la Organización Mundial del Comercio, lo han convertido en un competidor formidable. Frente a su expansión, las economías de sus principales mercados, como Estados Unidos y Europa, comienzan a adoptar lógicas proteccionistas.

Una preocupación particular es la posibilidad de una guerra comercial abierta entre Washington y Beijing, ya que tendría consecuencias inevitables para los países del hemisferio. Si estallaran las hostilidades, la posibilidad de sanciones estadounidenses a las economías que mantienen relaciones con China es una herramienta del conflicto que no puede descartarse. Esto sería extraordinariamente perjudicial para la región.

Sin embargo, hay otros temas. La prudencia china no puede evitar el conflicto político, y en ese terreno no siempre contará con aquiescencia y respaldo en América Latina. El apoyo a regímenes autoritarios de dudosa legitimidad, por ejemplo, no coincide con la visión de la mayoría de los gobiernos ni de los electores latinoamericanos. La política es una arena en la que la agenda y la incertidumbre en las relaciones están abiertas, y las posibilidades de disenso son siempre latentes. (O)