Partiendo del hecho de que el próximo presidente de la República va a ejercer funciones, si las circunstancias se lo permiten, desde noviembre de 2023 a mayo de 2025, es decir un lapso corto de 18 meses, es posible conjeturar que los numerosos aspirantes al solio presidencial (posiblemente con excepción de uno de ellos) tratarán de buscar la reelección en las elecciones de 2025, toda vez que ese período no es suficiente para plasmar la eficiencia de un ejercicio de poder, especialmente si tomamos conciencia del enorme desafío que significa dirigir al Ecuador en estos tiempos.

No cabe, por lo tanto, comparación con el recordado desempeño que tuvo el expresidente interino Clemente Yerovi Indaburu, quien siempre sostuvo que “tenía hecha la maleta” para regresar a Guayaquil y dejar Carondelet sin añoranzas.

El próximo presidente hará lo posible, y no hay objeción que así sea, por ser reelecto en el 2025, para lo cual deberá tomar muy en cuenta el desplome del respaldo popular que están sufriendo los gobernantes de la región en apenas un año de gobierno, lo que pone en evidencia que las expectativas ciudadanas son de tal magnitud que tempranamente se convierten en signos de hastío y disconformidad. Tomando los casos de mandatarios de otros países, es posible mencionar lo que le está ocurriendo a Gabriel Boric, presidente chileno, quien asumió el poder en marzo de 2022; un año después su aprobación no llegaba al 35 %, lo que incluso propició que la derecha chilena alcance un importante triunfo en la elección de los miembros del Consejo Constitucional. Lo del expresidente peruano Pedro Castillo resulta también muy gráfico, pues luego de un año en el poder y antes de ser destituido, su trabajo era desaprobado por cerca del 70 % de los peruanos, lo que también se refleja en el caso del presidente colombiano Gustavo Petro, quien con apenas 10 meses en el poder cuenta con un 33,80 % de aprobación de su gestión.

Mencionaba al principio del artículo que posiblemente exista una excepción a esa casi segura aspiración de reelección que tendrá el próximo presidente, refiriéndome de forma específica al candidato/a del correísmo, quien con seguridad tratará de allanar el camino para el retorno del expresidente Correa, quien ya anunció que volverá a ser candidato presidencial una vez que se derrumben los casos judiciales y se declare inconstitucional la consulta de 2018 en la cual la mayoría de los ecuatorianos dijeron No a la reelección. Pero siguiendo la lógica de los otros aspirantes presidenciales, será imperativo que quien resulte electo incorpore a su cálculo político la realidad del desaliento y descontento que existe en la gente en estos tiempos, lo que genera a su vez la necesidad de satisfacer realidades sociales urgentes y cotidianas, algo que le costó mucho al actual gobierno.

El próximo mandatario deberá trabajar ardua y eficientemente en comprender la actual situación de malestar social, pues será la única forma que su mandato no termine siendo una pesadilla y sus deseos de reelección una utopía. Va a necesitar algo más que buenas intenciones para lograrlo. (O)