Todos los países de América Latina, sin excepción, sufrieron dictaduras en la segunda mitad del siglo XX, pues incluso México, que no tuvo militares asumiendo la jefatura de Estado, se organizaba alrededor de un sistema político compuesto por simulaciones democráticas. La Guerra Fría era el contexto global que explicaba la tolerancia de la comunidad internacional a los Gobiernos autoritarios latinoamericanos: la necesidad de tener Estados afines en la disputa por el poder mundial volvía irrelevante las formas que estos asumían.

Maduro y la Revolución Ciudadana

En el escenario contemporáneo nuevamente los intereses geopolíticos de las potencias determinan la evaluación del tipo de régimen vigente en los países de las distintas regiones. La guerra de Ucrania, por ejemplo, ha tenido un impacto importante en la distribución y producción de los insumos energéticos, especialmente el petróleo. Gobiernos dictatoriales o autocráticos, monarquías obsoletas, Estados teocráticos, entre otras formas de autoritarismo, pero productores de gas y petróleo, son abiertamente tolerados en Occidente y sus competidores, siempre que demuestren algún tipo de lealtad.

¿Qué más se puede hacer por Venezuela?

Los intereses concretos de los Estados y sus gobernantes determinan todavía, en pleno siglo XXI, las políticas de reconocimiento político, y producen narrativas que apelan a una ética de la tolerancia o indiferencia ante el horror. La retórica de la no intervención y del respeto a la soberanía justifica violencias como las de Myanmar o del centro del África y persecuciones como en Nicaragua. El discurso del derecho a la defensa cimenta la masacre espantosa de población inerme en Palestina. América Latina no es ajena a este fenómeno, y lo que antes era atribuido al poder de Washington y su carencia de principios ahora es asumido, con algo de pudor, por varias potencias medias de la región.

Imposición de la fuerza

Si los intereses geopolíticos de la Guerra Fría pudieron ser un elemento que explique la emergencia de dictaduras en el siglo pasado, la misma situación puede estarse reproduciendo ahora. A nadie parece que convenga, por ejemplo, asumir un conflicto por la democracia en Venezuela. El candor con el que varios gobernantes han digerido las enormes ruedas de molino producidas en Caracas, para explicar la falta de evidencias que sustenten los resultados del Consejo Nacional Electoral, es decidor. Ninguno de los presidentes en ejercicio de los países mayores de la región es un adolescente ingenuo. Se trata de políticos astutos, experimentados, resilientes, agresivos y eventualmente prudentes. Pues bien, ellos, ¡qué ternura!, esperan todavía que se produzcan nuevas actas, que cese el ‘hackeo’ de Elon Musk al sistema electoral, que Rusia y China verifiquen el sistema informático y que TikTok deje de promover la guerra civil.

María Corina: esperanza para Venezuela

La deriva venezolana, de consolidarse, no será única. Otras elecciones dudosas en diferentes latitudes podrán producirse, de izquierda y de derecha. Tal vez un golpe militar de los de antaño está en el horizonte, puesto que la comunidad internacional y regional ya no hace de la democracia formal uno de sus puntos de encuentro. Bienvenidos, bienvenidas a volver ¡al futuro! (O)