Una tiranía como la de Maduro, Ortega o Putin no terminan generalmente por medio de elecciones. Es más, en esos y otros casos similares las votaciones sirven más bien para consolidar su poder, no para entregárselo a la oposición. Algún mérito debe tener la democracia –y vaya que los tiene– para que, muchos dictadores, por muy feroces que sean, sientan la necesidad de someterse al ritual de convocar a elecciones cada cierto tiempo, a pesar de que no representan un riesgo para su existencia. El fraude electoral en Venezuela fue descarado, ciertamente. La explicación que dieron para justificar la asombrosa demora en publicar el primer boletín con los resultados parciales –que simplemente el sistema había sido “hackeado”– fue tan ridícula como la que dieron hace unos meses con respecto a la escasez y cortes de energía eléctrica –que una iguana había mordido un cable de alta tensión y, además, que el país había sufrido una invasión “electromagnética”–. Todo vale, y nada vale en una tiranía. Solo importa lo que diga el dictador. La negativa a permitir el ingreso a Venezuela a varios observadores internacionales que no eran simpatizantes del régimen, incluyendo una delegación del Senado de Chile, sumado a la prohibición para que los delegados de los partidos obtengan copias de las actas, y los actos de violencia e intimidación por parte de civiles armados leales al Gobierno, todo ello llevaba fácilmente a la conclusión de que los resultados oficiales iban a mentir.

Elecciones en Venezuela: ¿se pueden tomar acciones desde la comunidad internacional o no hay nada efectivo que se pueda hacer?Elecciones en Venezuela: ¿se pueden tomar acciones desde la comunidad internacional o no hay nada efectivo que se pueda hacer? Elecciones en Venezuela: ¿se pueden tomar acciones desde la comunidad internacional o no hay nada efectivo que se pueda hacer?

Pero por muy descarado y burdo que haya sido el fraude del domingo en Venezuela, debe recordarse que este no ocurrió en realidad el domingo. El domingo simplemente fue la consecuencia lógica de la falta de independencia de las instituciones propias de una democracia, especialmente de las instituciones electorales. Tal es el escaso valor que dan a la institucionalidad que ni saben guardar las formas. En Venezuela es muy común, por ejemplo, que las máximas autoridades electorales acompañen a Maduro durante actos oficiales o que este nombre a los parientes de dichas autoridades para cargos públicos. Es decir, los organismos y funcionarios electorales son vistos como una simple extensión del presidente o como una parte de su familia o partido, algo inadmisible en cualquier democracia por muy débil que esta sea. La Venezuela de hoy podrá tener una y más elecciones y el resultado será prácticamente el mismo. Hay una vocación de eternidad en las tiranías. Después de todo es la forma de gobierno más antigua. A ellas se las destruye mediante el único lenguaje que ellas entienden, el de la fuerza. Únicamente mediante una movilización de masas interna podrán los venezolanos rescatar sus libertades públicas. Pero ni eso será suficiente si no existe una presión coordinada, efectiva y consistente de la comunidad internacional. Ya no se trata simplemente de imponer sanciones económicas, sino de aislar completamente a la tiranía hasta que acepte que una comisión internacional lleve a cabo un nuevo proceso electoral o que verifique las actas del proceso electoral reciente.

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La tragedia de Venezuela es un lamentable recordatorio de lo que nos espera en el Ecuador si seguimos indiferentes ante el reparto de las instituciones públicas en favor del crimen organizado, caciques y carteles. ¿Estamos aún a tiempo de no convertirnos en una nueva Venezuela? (O)