Tanto se ha deteriorado el ejercicio de la política en Ecuador que, una vez más, muchos estamos en la disyuntiva de anular nuestro voto o votar por el candidato menos malo. Ya son varios los periodos de elecciones presidenciales transcurridos en los que algunos ciudadanos nos venimos enfrentando a esta especial forma de decidir. El Ecuador ha ido cayendo en picada en todo sentido. Como país estamos viviendo uno de nuestros peores momentos. Ya no es solo corrupción (enraizada a todo nivel), sino también violencia diaria, a la que se han sumado la indolencia y la indiferencia de quienes, como autoridades, deberían protegernos y defendernos.

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Ni uno ni otro candidato (me refiero indistintamente a él o a ella) ha llegado a convencer. Desde hace tantos años que venimos escuchando ofrecimientos y soluciones que no se cumplen. Todos ofrecen salvar la patria, dicen que combatirán a los corruptos, que sus planes de salud y de educación son los mejores. Bla, bla, bla. Hemos ido pasando de advenedizo en advenedizo, de improvisación en improvisación, y solo hemos obtenido más inestabilidad y más inseguridad. Los sistemas de educación y salud pública continúan igual de deteriorados. El desempleo y el subempleo están peor que antes, y el costo de vida sigue subiendo. Los ecuatorianos vivimos y sobrevivimos un día a la vez. No podemos hacer planes a muy largo plazo, porque no sabemos si para entonces nos habrán robado o matado. Ecuador era un país de paz y ahora es de terror. Una gran mayoría de ecuatorianos, especialmente gente joven, comienza a pensar que emigrar es la solución, pues el panorama es sombrío e incierto para su futuro y el de sus hijos. En parte tienen razón, pero afuera tampoco todo es color de rosa. Lo que más apena es que paulatinamente vamos perdiendo gente profesional joven en nuestra sociedad.

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“Votar por el menos malo”, “votar por el que menos daño haga”, “votar por el que menos robe”, “votar por uno, para que no gane el otro”, son formas emotivas e irracionales de elegir un mandatario. No debería ser así. Lo peor de todo, por lo menos para mí, es que no se ven luces en el camino. Este corto periodo presidencial que se avecina será simplemente un ensayo de lo que vendrá en 2025. No confiemos en que habrá cambios sustanciales, porque el tiempo es el mayor factor en contra. Pero, al menos habría que esperar que quien salga ganador se esfuerce por alcanzar un respiro de paz. El daño que ocasionó la pandemia fue superado con creces por la violencia en que vivimos y nos mantiene encerrados. Los ecuatorianos honestos y trabajadores somos más, y merecemos un país en paz y seguro.

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Haber llegado a tener que decidir el voto con la emoción y no con la razón es prueba fehaciente del deterioro en el que ha caído el ejercicio de la política en nuestro país. También es resultado de la falta de reflexión y debate informado y fundamentado, que a su vez es producto de un sistema de educación que ha ido empeorando. Si todos, por igual, pudiéramos acceder a mejor educación, seguramente tendríamos mejores candidatos y podríamos decidir mejor nuestro voto. (O)