La catastrófica presentación en el debate de Joe Biden hace presumir que la votación ya ventajosa de Donald Trump en las encuestas se consolidará; aún más luego de los errores, dispersión y olvidos del anciano político, que no parecen importarle a él ni a su entorno en su persistencia por mantener la candidatura. Lo más probable es que el republicano gane las elecciones.

América Latina desde hace mucho tiempo ya no es una prioridad de los EE. UU. Desde los tiempos de Obama, el comercio, e incluso la seguridad y defensa, dejaron de ser una causa que haya implicado gran proactividad de Washington hacia la región, que por su irrelevancia económica o militar global no crea demasiadas preocupaciones. El tema migratorio ha terminado absorbiendo todos los demás, especialmente por su importancia en la agenda electoral doméstica, marcada por el conservadurismo y una xenofobia vigorosa de nuevo cuño.

Los debates pueden cambiar la historia

Las prioridades de Trump, al menos en el discurso, son las mismas de la primera campaña que lo llevó a la Presidencia. La imagen de hacer de nuevo grande a los EE. UU. y el eslogan de America First, siguen expresando una visión proteccionista en lo comercial y aislacionista en lo político, algo popular entre los electores.

La política migratoria, o al menos su forma de expresarla, no prescinde de la lógica de antagonismo y retórica cuasi bélica que caracteriza a los discursos populistas contemporáneos, independientemente de si son de derecha o izquierda. El Ecuador los conoce bien. Los migrantes, en este caso, son enunciados como enemigos y la política es una “lucha”, un combate, una cruzada contra fuerzas que atentan a la integridad misma de la nación.

Joe Biden no tomó medicación durante el debate contra Donald Trump

En términos económicos, el repertorio de sanciones o de medidas restrictivas frente a las exportaciones latinoamericanas es una posibilidad que no debe descartarse, puesto que podrían ser contingentes a metas estratégicas mayores, por ejemplo, una eventual guerra comercial con China, lo que volvería al conjunto de la región un espacio abierto a las retaliaciones. Políticamente, la emergencia de liderazgos autoritarios, dictatoriales, no ha sido un tema vital para Washington. Su tolerancia en el eventual gobierno de Trump podría ser aún mayor y los efectos en la institucionalidad hemisférica continuarán sintiéndose en la erosión de la OEA y las entidades del sistema interamericano.

Las respuestas latinoamericanas serán variadas. Izquierdas cautelosas, como la de López Obrador cuando Trump –que terminó siendo su amigo– ejerció la Presidencia; y derechas aquiescentes o simpatizantes. Siempre habrá excepciones, como la de la retórica venezolana, o la muy medida provocación salvadoreña, desde la otra orilla.

Los EE. UU. se han alejado de América Latina en las últimas dos décadas, pero eso no significa que hayan desaparecido. El gobierno de Trump, prácticamente electo si Biden no abandona la carrera, es imprevisible. Su política exterior rompe los patrones tradicionales de toma de decisiones y las agendas son inestables. En esas condiciones América Latina será más vulnerable que en el pasado reciente. (O)