En toda sociedad, bajo diferentes regímenes y en los más diversos sistemas culturales, terminan por formarse ciertos grupos a los que se denominan “élites”; algunas por reconocimiento social, económico o aquellos más cercanos al poder político o religioso. El Tawantinsuyu era una sociedad altamente estratificada, los descendientes de los Inkas sostenían el poder religioso y militar, además la administración del imperio; más abajo las autoridades locales y caciques de los diferentes pueblos conquistados. En la colonia la mayoría de los nobles, especialmente las “panacas” reales (las familias cercanas a los linajes del Inka), fueron reconocidos con títulos nobiliarios por la corona española. De acuerdo a Juan Carlos Estenssoro, este grupo de nobles mantenía una línea de comunicación directa con el rey, además de contar con “cabildeadores” directos en su corte. No solo usaban su influencia y poder para mantener su estatus, sino que realizaban un trabajo constante de mediación, para lo que hoy llamaríamos alcanzar la igualdad de “derechos” entre españoles e indígenas.

Abdicación de las élites

Posteriormente, con la implementación del régimen republicano, estas élites desaparecieron. Así el Estado quedaría sin un interlocutor con el mundo indígena, y la población indígena quedaría sin un grupo que los represente y medie ante el poder político.

Fue hasta el siglo XX cuando vuelve a conformarse una élite, esta vez marcada por su participación política en las agrupaciones de izquierda del país. A partir de entonces nace la élite política conformada por “dirigentes” nacidos en las organizaciones sociales, quienes pasan a ser el grupo representante y de negociación con el Estado.

Este grupo termina por profesionalizarse y cerrarse con la conformación de las organizaciones de carácter nacional, y el partido electoral Pachakutik. La élite indígena contemporánea son sus dirigentes políticos, y como cualquier élite mantiene privilegios que provienen de su capacidad de presión al Estado. Esta es la élite más visible y el problema con ella no es solo su cierre y rigidez, sino la carencia de virtudes que es capaz de irradiar a sus representados, lo cual, en general, es un problema de toda la élite política nacional.

El desprecio de la utopía

En el caso de los indígenas es más complejo, pues esta élite se ha encargado de convertir a la “resistencia” en una nueva moral, con el único objetivo de asegurar sus privilegios.

Entre los indígenas existen otras élites poco visibles, asociadas al ámbito intelectual y económico.

En el primer caso permanecen supeditados a las organizaciones sociales y operan como su caja de resonancia, repitiendo el discurso político para asegurar su cuota de privilegios. En lo económico es donde empezamos a evidenciar transfiguraciones en su conformación y actuar en el plano nacional. No llegan a alcanzar un nivel de incidencia frente al Estado, sin embargo, esto cambiará con el tiempo. Los cambios de la sociedad indígena, con mayores niveles y mayor especialización de conocimiento, terminarán por abrir el sistema cerrado de la élite política, dando paso a nueva representación. (O)