Queremos un Ecuador unido, respetuoso de las diferencias y con la madurez para juntar esfuerzos frente a las causas comunes. Ese es el país que soñamos y que no puede quedarse en el idilio. Es momento de demostrar una auténtica voluntad para cambiar la realidad con generosidad y compromiso. A golpes y con insultos no se resolverán las cosas, porque la violencia es una espiral en ascenso interminable que se lleva todo en su camino. Nunca la venganza ha edificado nación alguna, sí los acuerdos que tienen como base el diálogo y los propósitos claros sin excluir a nadie. ¿Esto es posible? Claro que sí, y sobre todo cuando la crisis es intensa, atemporal, en múltiples áreas y afecta a los más necesitados.

La idea de dialogar y llegar a un pacto social no es nueva en la historia y, menos aún, en nuestro país. Hasta ahora hemos sido incapaces de renunciar al metro cuadrado que circunscribe nuestra zona de confort; además, dejamos en manos de terceros la solución de los problemas para culparles si algo sale mal o se mantiene en pésimo estado. La actitud del “sálvese quien pueda” ha sido una práctica permanente y muy acentuada, así como los acuerdos por debajo de la mesa. Actuar bajo la sombra se convirtió en una práctica recurrente para gobernar, en donde se ha dado la espalda a la ciudadanía. De esta manera, nada puede cambiar. Tampoco resulta lógico que tengamos que tocar fondo para transformar la realidad y empezar a tomar conciencia.

Estamos a puertas de un nuevo ciclo gubernamental y la menguada democracia que viene desde la transición del año 1979 nos deja lecciones contundentes, irrefutables y dolorosas. Los partidos políticos deben ser la intermediación entre el Estado y la sociedad, por tanto, es imperioso que salgan del esquema corporativista y de la exacerbada personalización de los caudillos. La democracia ya no resiste a ídolos de barro. Las instituciones no funcionan por sí solas, porque están integradas por personas y en estas deben estar las mejores mujeres y hombres, con credenciales éticas incuestionables, trayectoria y afán de servicio. La justicia debe ser imparcial, oportuna y eficiente, no un botín donde se cotizan las sentencias. El presidente debe ser un líder que gobierna de la misma manera para quienes votaron por él y para quienes hicieron lo contrario.

El resultado de las elecciones del domingo 11 de abril abre un nuevo ciclo en nuestra historia republicana y personal. Está por delante la resolución inmediata de los problemas de salud de millones de personas, un altísimo porcentaje de desempleo y subempleo, pobreza e inseguridad a todos los niveles. No habrá cambio si seguimos haciendo lo mismo para que todo siga igual. Gandhi decía: “Seamos el cambio que pretendemos ser”, y eso no se logra con demagogia y cualquier oferta que juega con la esperanza. Necesitamos acciones que alienten un espíritu de compromiso y duradero. En nuestro país hay todo por hacer. (O)