Era mediodía de un domingo. Inicio de semana para unos o fin de semana para otros. El caos vehicular en Quito sobrepasó lo usual, pues el motivo era realmente extraordinario, sacado de las mejores películas de terror. Los policías comenzaron a desviar los vehículos hacia cualquier parte sin ninguna explicación. Mi hijo me preguntaba qué pasó papá. No tuve una respuesta convincente, simplemente seguí hacia esa cualquier dirección en medio del ruido ensordecedor de los pitos y la incertidumbre de cuándo íbamos a llegar a casa. Un mensaje de Twitter nos contestó al segundo qué estaba sucediendo. Hace pocos minutos hubo anuncio de posible bomba en un centro de compras. Entonces, la Colombia que había leído en las novelas de los años 90, ahora era una realidad para Ecuador.

Nunca me habría imaginado que el caos vehicular fuese por el riesgo a explotar todo y todos en cuestión de segundos. Sentí que era parte de una escena macabra, ese Ecuador de paz quedó para la anécdota de quienes lo pudimos vivir, gozar y en parte hasta no valorar, pues la paz no es ausencia de conflicto ni de guerra, sino la construcción de una convivencia pacífica diaria, en la que todos ponemos al servicio de la sociedad lo mejor de cada cual. Sin embargo, la amenaza de bomba me ubicó en la realidad: es una olla de presión que puede estallar en cualquier momento con el anuncio de que lo perdimos todo por permanecer en tonterías, minucias, mezquindades, broncas estériles, rumores, odios, pleitos de cantina.

Este guion anticipa que la delincuencia y sus terroríficas expresiones de violencia se pueden llevar todo por delante, si no logramos un acuerdo nacional con una sola motivación: combatir la inseguridad en todas sus formas como compromiso de vida diario. Ya no estamos dispuestos para seguir tolerando los shows de la Asamblea, la administración podrida de la justicia, la ineptitud de las instituciones de control, la ineficiencia de la gestión social, la indefensión de la Policía y las Fuerzas Armadas frente a los jueces corruptos. Es el momento impostergable de darnos una oportunidad como país. El acuerdo nacional debe garantizar un país de paz a las actuales y venideras generaciones y, por tanto, el diálogo como mecanismo insoslayable para resolver los problemas.

El acuerdo nacional es una posibilidad para reinventarnos, crecer como sociedad, matar el espíritu del sálvese quien pueda...

Después de dos horas llegamos a casa con mi hijo sin saber si hubo o no bomba, sin embargo, nadie nos quitó la zozobra y el riesgo al que estamos expuestos por no hablar entre nosotros, tender puentes y reconocernos en las soluciones. En la sociedad civil está depositada la reserva ética para propiciar un acuerdo de largo aliento junto con la academia, colegios profesionales, organizaciones de la sociedad civil, gremios, empresarios, periodistas, intelectuales, artistas y también los líderes que desde la política quieren diferenciarse de sus malos pares.

El acuerdo nacional es una posibilidad para reinventarnos, crecer como sociedad, matar el espíritu del sálvese quien pueda, pues mientras más fragmentados e individualizados estamos, más débiles somos. Es ahora, mañana es muy tarde. (O)