Esto es lo que ha puesto en evidencia, y lo que nos plantea como reto a los ecuatorianos la lucha de la venezolana María Corina Machado:

¿Por qué la libertad “importa” tanto a los poderosos? ¿Por qué la obediencia interesa tanto a los políticos? ¿Por qué los derechos, en lugar de ser ventaja derivada de la dignidad, son el problema esencial del Estado? ¿Y por qué a mucha gente le da miedo elegir y le asusta asumir responsabilidades?

Tema esencial el de la libertad. Tema que rebasa largamente los discursos, que supera las doctrinas. Asunto sin el cual cualquier debate es una falsificación, y todo poder es una tiranía, y esto porque la libertad es la condición necesaria que califica y singulariza a cada persona, que distingue y separa a los sistemas, y que coloca al Estado en el dilema de definirse, y a los caudillos en el grave aprieto de escoger entre oprimir o respetar, entre tolerar o perseguir. Y más aún, obliga a líderes y ciudadanos a elegir entre la opción que coloca el destino en manos de cada individuo, o la que entrega dignidad, derechos y progreso a las artificiosas telarañas de caudillos, jefes y burocracias.

El paternalismo que, con raras excepciones, satura los regímenes políticos, y el autoritarismo que es la esencia de todo poder, confunden el ejercicio de los derechos y la militancia por las libertades con osadía, con atrevimiento de los que se les considera nacidos para obedecer, de aquellos a quienes solo se les congrega para que aplaudan, para que avalen los gestos de mando y los signos de sometimiento. La defensa de los derechos y de las libertades está en los linderos de la rebelión, y eso es irremediable, y a la vez encomiable, porque significa que si se asume ese desafío, la gente mantiene fresca la idea de su autonomía y clara la noción de que la dignidad corre pareja al riesgo y al deber de señalar, cada día, cuáles son los límites del poder. El problema es que si eso no ocurre,

si toda alerta está apagada, la conclusión penosa será que esa sociedad ya no será espacio fértil para una república. Será cementerio de la autonomía y tumba de las iniciativas. Será una comunidad dependiente de lo que haga o no la política, de lo que sus caudillos digan, o de lo que callen y escondan.

La libertad es tan importante, y la osadía y la firmeza para defenderla también, que la historia y los dramas latinoamericanos están marcados por las luchas entre los que quisieron expandir el Estado e invadir las intimidades, anular los derechos y edificar despotismos eternos, y quienes resistieron y nunca perdieron la lucidez para saber que detrás de las utopías de igualdad, justicia y nación, estaban –y están– agazapadas las tácticas para someter, para doblegar, para hacer de las sociedades mansos rebaños de seres obedientes y temerosos.

La libertad es lo más serio que nos puede ocurrir. Es el argumento más noble de la vida humana, pero es como el aire: la echamos de menos cuando ya no está, cuando ya es tarde.

Esto lo que nos enseña la valentía de una mujer y de quienes le siguen. (O)