Ya puedo decirles que a mis 25 años he aprendido algunas cosas importantes y valiosas. Todo lo necesario al momento. Tengo gratitud de cumplir años habiendo roto mis patrones y enfrentado mis miedos. Entiendo que la vida es impredecible y mágica, pero sobre todo precisa. Que te da lo que necesitas, que te pone exclusivamente lo que puedes manejar, que te muestra los caminos, que te junta con las personas correctas, aunque no todos enseñen con el mismo amor y cuidado en el paso por nuestras vidas.

Aprendí a planificar en cortos periodos de tiempo porque la vida es incierta y no está garantizada.

Aprendí que la perfección es enemiga de la practicidad y que para poder cumplir con nuestras metas es necesario un mínimo viable, ganas y una causa. Que ninguna meta se cumple con prisa ni angustia porque el exceso de alternativas y la competitividad voraz son abrumadoras e irreales. Sobre todo aprendí a ser paciente, más conmigo misma. A tenerme comprensión y a entender qué está detrás de mis reacciones, emociones y actitudes.

Aprendí que atender mi salud mental es una de las inversiones más importantes de mi vida. Aprendí que es un lujo, sobre todo porque la sociedad no normaliza su importancia sin prejuicios y que, si fuésemos más conscientes sobre cómo manejar mejor nuestros impulsos y naturaleza, no andásemos por el mundo hiriendo y sufriendo a la par. En este descubrimiento de buscar ayuda, aprendí a diferenciar las corazonadas del control sobre el futuro. Entendí que la intuición es poderosa, pero que la ansiedad es enemiga de mi cuerpo y de mis sueños. Aprendí a escucharme, aprendí a entenderme.

Aprendí que debo probar cuantas cosas pueda. Que no debo quedarme nunca con la duda y menos por opiniones de terceros. Aprendí que absolutamente todas las cosas que hago, intento y logro me acercan un poco más a conocer qué quiero y quién verdaderamente soy. Qué me apasiona, para qué soy buena, qué me cuesta y qué me identifica. Aprendí a equivocarme sin que me cueste tanto lidiar con el fracaso y las expectativas.

Aprendí a dejar de romantizar el éxito y a dejar de ver los logros de los demás como una vara propia para medir los míos, y aprendí también a no juzgar a los demás con mis metas y conforme mis propias exigencias. Aprendí a honrar mis fracasos, a lidiar con mis miedos, a apreciar mis virtudes. Aprendí a trabajar en equipo, a dejarme inspirar y escuchar consejos.

Aprendí a planificar en cortos periodos de tiempo porque la vida es incierta y no está garantizada. Aprendí a tomar todas las oportunidades como regalos, a aprovechar los instantes, aprendí a valorar más a mi gente cercana y a alejarme de aquellos que no suman, pero que igual marcan y de los cuales aprendo. Aprendí que la independencia es una añoranza romantizada muy difícil y que no me gusta mucho la soledad, aunque valoro mi propia compañía. Aprendí a quererme y a que me quieran.

Aprendí y puse en práctica lo que decía Bertrand Russell: “estamos en el mundo para que sea mejor, desde el momento que podamos, en la medida que podamos y como sepamos”. Aprendí a aprender. Aprendí que el crecimiento es un constante aprendizaje y quien crea que conforme pasan los años se deja de aprender, está condenado a equivocarse más. (O)