Los novelistas piensan el mundo real y concreto que vivimos, incluso si inventan una ficción en un país imaginado o inexistente. Los escritores escriben para que cada lector se vea a sí mismo en su situación real, en su historia personal y familiar, en su contexto nacional, en su precaria intimidad de saber tan poco sobre la vida y sobre los demás. Un novelista que escribe, digamos, sobre la Venezuela de los años de 1950 está escribiendo también sobre Ecuador, Noruega, Vietnam, Nueva Zelanda o Nigeria. Este es el impresionante regalo del alcance de las historias que retratan los pasos efímeros de los humanos por la Tierra.

¿Qué hacer frente al miedo?

La más reciente novela (¿acaso la última?) de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio (Bogotá, Alfaguara, 2023), es una invitación para comprender qué hace que un país sostenga un orden positivo en su devenir histórico. Un país y una sociedad son sin duda espacios problemáticos, preñados de desigualdades, inequidades e injusticias, pero tal vez paradójicamente también sostienen líneas que lo mantienen a flote a pesar de todas las dificultades. Vargas Llosa, que ha probado ser un autor universal, vuelve a situar su reflexión novelesca en su país natal, el Perú, y a preguntarse por el destino de esa comunidad nacional.

A pesar de todas las complejas diferencias internas, ¿qué hace que un país alcance un proyecto más o menos común y prometedor para la mayoría de sus ciudadanos? Para dar cuenta de esta interrogante, Vargas Llosa acude al personaje Toño Azpilcueta, acaso el mejor conocedor de la música peruana criolla y uno de sus estudiosos más acuciosos, quien está escribiendo un libro, a base de una amplia investigación, que va respondiendo a la pregunta de cuál es el aporte de Perú al mundo. Azpilcueta creía “que la huachafería y el vals criollo, dos fenómenos indisolubles, eran los grandes aportes peruanos a la cultura universal”.

¿Cuándo perdimos?

Una guerra nada indiferente: Ecuador tocando fondo

Para él, el vals criollo es una canción que todo el Perú baila, sin distinción de grupos y clases sociales. En la novela, esta reflexión se da en el marco de los ataques terroristas de Sendero Luminoso, en los años de 1980 y 1990: “¿En qué momento el país se había fracturado y roto por completo, separando la sierra de la costa y a un hermano de otro hermano?”. Según el personaje, la música podría ser el germen de una utopía que dé unidad y sentido al Perú. Llama la atención, pues, que esta novela insinúe un proyecto de país basado en una expresión musical que, supuestamente, ha conseguido sintetizar el ‘alma’ de una nación entera.

Que la música criolla sea el bálsamo para la identidad y la unidad del Perú puede parecer una solución ingenua; pero el poder de la novela puede llevarnos a otras respuestas; esta es la tarea del lector: cuestionar también lo leído. En todo caso, el libro es importante porque insiste en seguir buscando los elementos que puedan juntar los proyectos de una ciudadanía que busca vivir en paz y no en medio de la guerra y el caos. “El de las mescolanzas será el verdadero Perú”, sugiere Azpilcueta, retomando la tesis del mestizaje como un elemento en el que las identidades se han fundido para dar paso a realidades novedosas. (O)