Hace más de tres décadas se comenzó a hablar de desarrollo sostenible, alertando del impacto de la actividad industrial humana en el medioambiente. Con el paso del tiempo y la aparición de nuevas generaciones y nuevas tecnologías se ha ido dando más peso a este concepto con el fin de intentar alcanzar un equilibrio entre el desarrollo económico y el cuidado de la naturaleza y de la vida.

Por ello, se ve con agrado que en el Ecuador el sector industrial y empresarial se preocupe más por este tema. Cada vez son más las firmas que trabajan por mitigar los impactos de su actividad al ambiente y generar un efecto positivo en sus comunidades.

Un ejemplo de esto es la apertura de una planta fotovoltaica de la empresa Tía en su Centro Regional de Distribución (CRD) en Calacalí-Quito, de 5.000 m², con la cual se prevé generar 1.687 MWh y ahorrar hasta $ 115.000 por año, sustituyendo el consumo de energía del total de su operación logística de productos perecederos y no perecederos. Se invirtió más de un millón de dólares en colaboración con BID Invest, que es parte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que tiene entre sus objetivos avanzar con proyectos de energía limpia para aportar al desarrollo sostenible.

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A nivel mundial se busca que una empresa sea económicamente rentable, socialmente justa y ambientalmente amigable, para que no vaya a comprometer a la sociedad o la naturaleza en el corto, mediano o largo plazo.

Esto va calando más en el país. El año pasado, el número de empresas que elaboraron Memorias de Sostenibilidad se duplicó y cada vez más universidades han mejorado su oferta en esta área, según datos de Cemdes (Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible del Ecuador).

Al final, este camino también es parte de los objetivos globales, un llamado de las Naciones Unidas para afrontar los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad para buscar una vida mejor sin comprometer al planeta. (O)