Hoy los ecuatorianos nos jugamos nuestro destino. El Gobierno parece haber perdido el timón del país, que hoy lo manejan siniestras fuerzas del mal. ¿Será posible recuperar la libertad, la paz, la seguridad y la democracia misma amenazadas en calles y cárceles, desde donde se emiten las señales siniestras del odio que terminan en la ejecución de funcionarios, candidatos y ciudadanos de a pie, mientras los que deben protegernos y no lo hacen hablan de fantasiosos “anillos de seguridad”? ¿Cuál es nuestro deber hoy? Simple: reflexionar antes de adoptar la decisión que pueda devolvernos al tiempo en que éramos “una isla de paz” (hoy parece una broma).

Una foto de antaño para disipar la niebla

Escribir una columna de deporte en este minuto crucial de la vida en sociedad parece una liviandad, pero no lo es. Una dosis de recuerdo, de retorno a la memoria de lo grato puede ayudarnos a aclarar el pensamiento cuando estemos en el cuarto oscuro en un Ecuador cada día más oscuro.

El gran Valenciano ha soplado 95 velas

Revisando viejas columnas del tiempo de las Anécdotas del domingo (1990-1998), inventadas por nuestro amigo/hermano Otón Chávez Pazmiño, reparamos en una foto en la que aparece Eduardo Guzmán Zuloaga. Empezamos a pensar en los cañoneros de antaño y saltaron varios nombres. Reparamos entonces en que, excepción hecha del añorado Washington Muñoz, los grandes cañoneros que pasaron por el fútbol porteño fueron zurdos. Desde los tiempos de Leonidas Machete Elizalde, que apareció en el Panamá en 1929 haciendo pareja en la defensa con Norberto Zorro Pérez y pasó en 1930 al elenco de los Caciques del General Córdoba. Con los cacahueros el aparentemente frágil Machete alineó de alero izquierdo junto a un hombre que lo ponía a comerse a los arqueros: Kento Muñoz.

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Chacarita: mi primer amor futbolero

Su marca de fábrica era un terrorífico disparo con balón detenido o de volea. Pasó en 1931 al Racing y de allí al Italia, en el que se consagró como goleador al encontrar otro eximio preparador de jugadas: Jorge Tolosano Laurido, al que entonces ya llamaban Pies de Seda. Fue seleccionado en 1939 al primer Sudamericano al que concurrió Ecuador (en Lima) y abrió la ruta de los grandes bombarderos zurdos.

Carlos Raffo (i), Carlos 'Trompudo' Pineda, Manuel 'Chamo' Flores y Clemente de La Torre. Foto: Archivo

Menos extranjeros en la Liga Pro es ‘arcaico’

Cuando Emelec empezaba a ser el elenco de los Millonarios vino a Guayaquil, procedente de la reserva de Vélez Sarsfield, Juan Avelino Pizauri. El 28 de mayo de 1949, el argentino debutó al sustituir en el segundo tiempo al nortino Carlos Peralta en un encuentro ante Aucas por el Torneo del Pacífico. Raúl Murrieta Rodríguez, quien escribía en diario El Telégrafo como el seudónimo de R3, bautizó a Pizauri como el Loco por sus arrancadas espectaculares, sus diabluras y su tremendo disparo “que hace temblar el cerro Santa Ana”, como escribió Murrieta.

Barcelona SC, víctima del odioso canibalismo criollo

‘Bomba Atómica’ Guzmán

El antecesor de Pizauri en eso de los cañonazos fue un potente jugador guayaquileño que ganó fama en el Panamá. En 1946, en el torneo oficial de la Federación Deportiva del Guayas lanzó un misil que dejó soñado al arquero del Patria, Carlos Roldán. “Sonó como una bomba atómica”, dijo EL UNIVERSO, y desde entonces le pusieron el apodo a Eduardo Guzmán Zuloaga. Pasó en 1951 al Everest en el inicio del profesionalismo; estuvo en la selección nacional al Sudamericano de 1953, en el que marcó un gol de tiro libre a Bolivia; y de allí fue, en 1954, al Emelec.

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Frantz Reichel y su papel en la historia deportiva de Ecuador

El disparo de Eduardo Guzmán no tenía nada que envidiarle a una explosión megatónica. Unánimemente el periodismo pasó a llamarlo con el mote con que lo registra la historia: Bomba Atómica.

Tenía 16 años recién cumplidos cuando debutó en Barcelona Clímaco Cañarte, uno de los jugadores más inteligentes de nuestro fútbol. Lo pusieron de alero zurdo por necesidad ante el retiro de Guido Andrade. No era puntero y tampoco era zurdo, pero llegó a ser el mejor del país. En el fondo era un creador de jugadas que, además, tenía un misil en el pie izquierdo. Integró las selecciones nacionales entre 1957 y 1965 y quedó para siempre en la historia.

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Otro grande de la punta zurda que puso sus bombazos fue Santiago Osorio, quien llegó a 9 de Octubre desde los Tigres de Mendiburo, de la Liga Salem, para integrar una de las mejores delanteras octubrinas: Vicente Vargas, Marcos Gómez, Pedro Figueroa, Luis Drouet y Santiago Osorio. Asombró por la fuerza con que impactaba el balón, aparte de su innegable habilidad. En 1955 pasó a Unión Deportiva Valdez y ya no era Lucho Drouet el que le ponía largos pelotazos, sino Carlos Titán Altamirano. Osorio regresó al final de su carrera al 9 de Octubre, pero siempre recordamos un golazo de su marca hecho con la camiseta milagreña anotado el 28 de octubre de 1956 a Barcelona. Ni la barrera ni el arquero ni el público advirtieron el gol de Osorio, sino cuando la pelota dormía mansa al pie de las mallas.

En una época inolvidable para Emelec, procedente de Liga de Quito, llegó a Guayaquil uno de los más técnicos jugadores argentinos que hayan pasado por nuestras canchas: Roberto Pibe Ortega. Tenía un cartel impresionante. Había sido estrella de El Dorado colombiano en el Deportivo Independiente Medellín, había formado en Portuguesa de Deportes, en Brasil, y se había dado el lujo de integrar la Fiorentina de Italia, al lado de Julinho y Miguel Ángel Montuori. Con él se completó la histórica línea de Los Cinco Reyes Magos: José Vicente Balseca, Jorge Bolaños, Carlos Raffo, Enrique Raymondi y el Pibe Ortega.

De la Torre y ‘el Diablo’

El 28 de agosto de 1962, en un Clásico del Astillero, Ortega cobró un tiro libre que sonó como una explosión. La pelota iba sacando chispas del césped. Pablo Ansaldo intentó bloquear y el balón topó con alguna piedrecilla. El gran arquero porteño quedó arrodillado cuando el esférico pasó por sobre él como un cometa para abrir el marcador. Fue un grande de todos los tiempos y marcó verdaderos golazos.

Era suplente de Ortega. Fue un muchacho de conducta equivocada y se labró un fin trágico. Cuando el Pibe emigró se quedó de titular. Pegaba unos bazucazos impresionantes. Era Clemente de la Torre, de Emelec. Recordamos como un hito un disparo suyo de casi 50 metros cuando agonizaba un Clásico del Astillero el 26 de enero de 1964. Estaba el marcador en blanco y Barcelona ganaba el cetro nacional (de 1963) con el empate. Casi desde el ángulo de la media cancha y el lateral, por el lado de la tribuna del estadio Modelo, Clemente sacó un balonazo que se iba colando en el arco y que solo ese prodigio de elasticidad que fue Helinho pudo desviar sobre el travesaño en el arco que da hacia el Coliseo Cubierto (hoy Voltaire Paladines Polo). Gracias a esa volada Barcelona fue campeón.

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Como De la Torre, pero con más vistosidad por sus gambetas y sus corridas veloces, nunca olvidaremos a Tiriza, alero zurdo brasileño que llegó desde Bangú a Barcelona en 1963. Las piernas flacas producían un disparo letal de zurda con el que lesionó a Hugo Mejía fracturándole tres costillas. Hizo goles espectaculares de tiro libre o de volea, de sobrepique o pateando de primera. La afición le puso un apodo que ha pasado a la historia: el Diablo, por sus apariciones satánicas por la raya y sus tiros infernales. (O)