A propósito de nada, la autobiografía de Woody Allen, me llegó en mi cumpleaños, en agosto pasado, con una dedicatoria y un “nos veremos pronto” en la solapa. Lo dejé sobre la mesa de trabajo un par de meses, hasta que decidí abrirlo a fin de año. Una, dos, tres páginas… Y no paré. Por algo, a este controversial genio se le atribuye la frase “todos los estilos son buenos, menos el aburrido”.

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Más allá de que la fama le llegó como comediante y director de cine, Woody Allen es un magnífico escritor que, esta vez, intenta hacerse un autoretrato. En 439 páginas reconstruye su afición por las letras, el cine y las mujeres, el éxito inesperado, sus desencuentros con la industria, sus amigos, sus miedos y reflexiones.

Quienes han seguido la filmografía de Woody se darán cuenta que A propósito de nada es la suma y síntesis de sus protagonistas: hombres torpes que rompen con el estereotipo del éxito, la virilidad y la seducción, a punta de inteligencia, humor y una gran calidad estética. Pero, sobre todas las cosas, inteligencia.

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Sobre el final, cuenta su versión -sin renunciar a la ironía- frente a las acusaciones de acoso sexual y a la novela de terror en que se convirtió la batalla legal y mediática con su exesposa Mía Farrow.

“Al final, yo siempre era yo”, dice en un pasaje al repasar su trayectoria. A lo que su buen amigo Marshall Brickman comentó: “El hecho de que seas el que eres es lo que te jode”. A propósito de nada, sin duda, fue un gran regalo. (O)