Cuando en febrero del año pasado el restaurante La Canoa, ícono de la cocina del también desaparecido Hotel Continental, cerró sus puertas, pensé que era el fin de una tradición gastronómica que había estado presente en nuestra ciudad por más de 40 años. Fuimos algunas generaciones las que pasamos por sus mesas; unas veces los domingos, en los desayunos tipo bufet; otras, entre semana, al mediodía, con algún cliente para cerrar un negocio; o, más comúnmente, en las tempranas horas de la madrugada, después de una fiesta o alguna copa de más, en busca de un plato que nos diera fuerzas para llegar casa.