La portada de esta edición nos conecta a algo trascendental en la historia urbana de Guayaquil. La Alcaldía y la Empresa Pública Municipal de Turismo han ejecutado un plan que venía desarrollándose desde hace algunos años, pero que en plena pandemia comenzó a mostrar resultados con emprendimientos gastronómicos que ahora acompañan los rediseños callejeros y las estatuas y murales de varios artistas que se develaban periódicamente sobre varias de las residencias.
El miércoles se inaugura el Museo del Cacao (el jueves abre sus puertas al público), que también se hace posible gracias al aporte financiero y administrativo de la hacienda Victoria (en la vía a la costa), que ganó la concesión de esta iniciativa. El museo vive en una de las residencias más hermosas de ese Guayaquil de antaño, la casa Aspiazu-Marcos, que ha sido restaurada magníficamente desde su patio interior, donde ahora hay restaurantes. Próximo al museo está el teatrino, que también abrirá sus puertas próximamente, donde se incentivará el escenario dancístico local.
La escena callejera, especialmente en horarios diurnos, es increíblemente movida. Casi todos los locales exhiben sus mesas ocupadas dentro de los aforos debidamente regulados. Se respira un aire nuevo por la cantidad de sillas al fresco, la gente que pasea por las veredas sin el bullicio de parlantes estridentes y hasta escuchamos los silbidos de los pájaros.
Y yo regreso a Panamá 732, donde viví mis primeros veinte años en casa de mis abuelos, en esa casa de madera con altos techos y paredes intermedias que dejaban circular el viento en medio de los calores. Allí hay ahora cemento, pero estos nuevos aires citadinos se van a extender de ambos lados, hacia la avenida 9 de Octubre y hacia el barrio Las Peñas. Vayan y disfruten, no hay mejor paseo callejero en Guayaquil en estos momentos. (O)