De los mecanismos de defensa que la mente utiliza para protegernos de la ansiedad, de la depresión o del estrés agudo, la represión es uno de los más eficaces porque, sin que lo perciba el individuo, empuja hacia el inconsciente, recuerdos, experiencias o pensamientos desagradables, conflictivos o socialmente inaceptables que nuestra dimensión consciente no está preparada para enfrentar.

Puede ayudarnos a selectivamente olvidar eventos traumatizantes, como haber estado en un grave accidente de tránsito, haber presenciado un sicariato, haber sido víctima de abuso sexual, por ejemplo. También puede ayudar a restarle impacto a situaciones estresantes que nos tocó vivir, produciendo lagunas en la memoria, o distorsionando los recuerdos, o racionalizándolos (encontrando una explicación que solo tiene sentido para el afectado). Por último puede ayudar al individuo a disociarse, desconectarse de los pensamientos, emociones o experiencias relacionadas con los eventos reprimidos

Pero tiene un costo. La represión nos impone limitaciones en nuestra vida cotidiana sin que nos demos completamente cuenta del porqué. Por ejemplo, nos puede hacer evitar ir a ciertos lugares, integrarnos a cierto tipo de actividades, acercarnos a cierto tipo de personas que pueden precipitar la aparición de las experiencias reprimidas. También puede reducir nuestra respuesta emocional a situaciones en las que es normal mostrar sentimientos. Así mismo puede dificultar la expresión de nuestra confianza o intimidad afectiva.

En ocasiones se producen brechas en esta muralla protectora y la persona afectada actúa de una manera no esperada por él ni por su entorno. Por ejemplo, hay personas que cuando beben más de la cuenta lloran, o se convierten repentinamente en artistas, o muestran un lado oscuro de su sexualidad, o se vuelven incontrolablemente agresivos. Evidentemente en estos casos el alcohol, con su alto poder desinhibidor, libera traumas guardados. Así mismo, la ocurrencia de eventos muy estresantes también puede hacer “disparar” reacciones reprimidas.

La represión no resuelta dificulta y limita mucho la vida de quien la sufre, ya que las emociones reprimidas pueden manifestarse como síntomas físicos (psicosomáticos) o como depresión, o como una inhabilidad para relacionarse libremente con el mundo. La persona reprimida no es feliz y debe buscar ayuda profesional. Afortunadamente la mayoría de los enfoques psicoterapéuticos obtienen una alta tasa de éxito en el tratamiento de esta afectación emocional. (O)