Bendita la democracia si se consolida como el arte de pensar, discutir y discernir transparentemente el presente y futuro de los demás. Si tiene la solvencia suficiente para avanzar dos pasos y retroceder uno, si eso significa el logro de acuerdos trascendentales en ese presente y para ese futuro. Y aunque sea el imperio de la mayoría que no lo sea de aquellas mayorías que tienen faceta servil y han tergiversado, deformado, el concepto de incondicionalidad; sino de esas mayorías que permiten el debate, el contrapunto, respetan a las minorías y que curan cualquier herida con votación.

Esa es la democracia que aspiro a que se inaugure en estos días en el país y cuya primera muestra debe ser la nueva Asamblea, que inauguró sus sesiones ordinarias ayer viernes, y a la que (por razones de cierre de la edición) ahora referencio sin haber podido aún medir sus nuevas hazañas políticas.

¿Es sacrílego el negociar en democracia? No. Es pieza fundamental del sistema y si queremos vivir con él, debemos aceptarla. Es cierto en muy amplia medida que los ejemplos que hemos visto desde el último retorno democrático, especialmente, no son los mejores, pero la negociación sigue siendo el mejor camino en sociedades democráticas civilizadas y los negociadores a cargo, gente con vasta preparación, especializados en gobernabilidad y con la capacidad suficiente para sacar adelante un proyecto político, no solamente electoral.

¿Las negociaciones deben ser selectivas y excluyentes? No. Ya vivimos bastante de eso en las dos primeras décadas del siglo XXI y el país no puede estar ahora peor. El desprecio y, peor aún, descarte premeditado de esa herramienta cuando se cree tener los votos suficientes, o el respaldo popular de sobra, genera poderes absolutos que al mismo tiempo caminan hacia fracasos, absolutamente.

¿Debe la extorsión ser parte del paquete? No. Porque las democracias extorsivas ya las hemos padecido y sus efectos son más prolongados y dolorosos que los del COVID-19. La negociación requiere, sí, de amplios procesos de investigación antes de sentarse a lanzar las cartas y basados en esos resultados, el negociador que sabe su oficio decidirá qué de esa información le es útil para lograr su propósito. En ese momento, y a lo largo del proceso, la ética debe ser parte del paquete.

El reto para quienes están asumiendo el poder en estos días es enorme. La presencia de jóvenes de importante trayectoria tanto en Ejecutivo como Legislativo ha sido muy bien recibida por las nuevas generaciones, pero la curva de aprendizaje burocrático, en ambos casos, puede jugar en contra si no logran de entrada destrabar procesos y mostrar avances.

Y si bien es cierto que en la crisis que atraviesa el país no está para más experimentos, creo que la generación del relevo, la de los mileniales, no es experimento alguno, sino una realidad que algunos, por conveniencia y por aferrarse al poder que tanto les ha gustado, miran con desdén, argumentando falta de experiencia y capacidad negociadora. Yo soy de los que aplauden que hayan llegado. Ahí están el Ejecutivo, la Asamblea, los organismos de control. Ahí deben demostrar que no hay vuelta atrás. (O)