¿Sirve para algo el voto? La pregunta me la he hecho demasiadas veces en el último mes, entre que acudimos a las urnas en primera vuelta y ahora que estamos a punto de volver a ellas, para en votación definitiva participar en la elección de quien deba cargar este pesado bulto lleno de violencia urbana, acciones mafiosas, ajustes de cuentas, corrupción y pocas esperanzas de futuro en que se ha convertido nuestro querido Ecuador.

Cuando veo que se consultaron y aprobaron reformas constitucionales que iban a refundar la patria, y hoy estamos peor que antes de esa constituyente de 2008; cuando se mide la cantidad de promesas que se hacen en las tarimas y en las redes sociales frente a qué de eso se cumple en realidad; las veces que se ha invocado la seguridad social entre los derechos laborales y las intenciones de modernización, sin que se logre remediaciones en ninguno de los dos perfiles; o, más recientemente, la ninguna intención de cumplir la voluntad electoral mayoritaria para que se pare una controversial explotación petrolera en el Yasuní, decisión ignorada por los llamados a cumplirla, guste o no.

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El llenar inscripciones para alcanzar la anhelada casa es una de las estrategias más antiguas de las campañas locales, desde 1979, cuando se volvió a la democracia. Un poco más joven aquella promesa de darle utilidad a la reserva monetaria, como si fuera un despropósito tenerla.

Vuelve a mi mente entonces la misma cuestión: ¿sirve para algo el voto? ¿Estamos realmente convencidos de que el esfuerzo hará del país un mejor país? ¿O solamente cumplimos con el deber cívico o, peor aún, lo hacemos por “el papelito” que algún burócrata inspirado puede pedir en cualquier momento aunque haya disposiciones contrarias a esa obligatoriedad?

Entonces me lleno de optimismo y me respondo, una y otra vez: “¡¡¡Claaaro que sirve!!!”. Debemos aprovechar el poder que nos da el voto, por momentáneo que sea, y no desmayar en el interés de lograr un futuro mejor, aunque las realidades insistan en empujarnos al precipicio.

Llenos nuevamente de incansable optimismo, iremos a votar. Invito a quien me lee a que lo haga también con fe.

Para los demócratas, el voto es el arma más potente que podemos tener entre las manos en la permanente lucha contra la corrupción, la tiranía, la ambición desmedida que no repara en afectar a una población empobrecida, porque en el entorno de sus intereses esos no son más que daños colaterales. Si lo ejercemos con responsabilidad y convicción, y no solo seducidos por bailes y chistes cargados de color, es el voto un grano de arena que busca llenar de esperanza y solidaridad a esa inmensa playa que es el convivir nacional.

Y parte fundamental de su utilidad está en tomar una opción, la que quieran, la que sea afín a su realidad, y descartar la idea de que anularlo o dejarlo en blanco puede ser mejor que tomar partido, en momentos en que la nación requiere como nunca antes de la conciencia y acción de sus hijos.

Llenos nuevamente de incansable optimismo, iremos a votar. Invito a quien me lee a que lo haga también con fe. Si persiste la duda, mire a su rededor: quizás algunos de esos seres que protegemos necesitan de ese empuje, del ejercicio del derecho al voto, para transitar por este convulso país. (O)